miércoles, 5 de enero de 2011

Bluesnik


Fotografía: Alfonso Solano

BLUESNIK

Era cerca de las 10:30 en la pesada noche del lunes cuando Jack se dispuso a tomar el tren para dirigirse al bar ville donde solía tocar con frecuencia. Mientras miraba por la ventanilla del tren las candilejas de la gran ciudad luz, Jack veía incesantemente, como en una película de Stanley Kubrick, los círculos concéntricos a su alrededor que lo acosaban sobre todo, cuando se aproximaba la noche. Una vez que llegaba al bar, después de saludar a sus compañeros, se dirigía al baño y se lavaba la cara para apaciguar un poco la fatiga producida por las visiones constantes. Allí en el bar fue donde Jack vio por primera vez a la bella Cecille. El Ville es un lugar que nadie debería visitar desarmado, en especial si es un mito-melómano. En eso era a lo que era fiel Cecille. Siempre buscaba uno de esos sillones mullidos y cansados de los que se ubican en la esquina de la barra, cerca del escenario. Ella iba allí religiosamente todos los lunes. Lo que no se imaginaba Jack Morgan es que ella acudía a ese lugar para escucharlo tocar y verlo cuando tomaba su trompeta y la elevaba, como izando una bandera, en medio de un solo hipnótico, vigoroso y viril cuando el grupo tocaba el tema fetiche de cada noche: Giant Steps de John Coltrane. Ahora olvidé porqué escogí este tránsito…Ah! Ya lo recuerdo. Los clubs, al fin y el cabo son eso, clubs. Aunque existen y se abren por razones puramente crematísticas (y no para los músicos). Si vamos a ellos y encontramos un lugar privilegiado como encontró Cecille el suyo y lo mantenemos, si es a un gran músico a quien escuchamos, es muy probable que nos lleve más allá de la mezquindad y la estupidez de nuestros amados y bellos enemigos. Jack Morgan podía hacer eso. Llevarte a un lugar que nunca antes habías visitado. Lo ha hecho por Cecille más de una vez..! y su música es una de las razones por las cuales el vestido del suicidio resulta, realmente aburrido.

Cecille lo había visto entrando al bar cuando llegaba, siempre retardado, a cumplir con su faena nocturna. Desde los rincones sombríos, malolientes e intrincados del interior del Ville, un blues danzaba incesantemente y coqueteaba con las horas. Daba vueltas y no cesaba en su rutina circular. Jack lo atacaba con soberbia maestría. Arrancaba a toda velocidad sobre el tema y en medio de su exposición de notas, demoraba la melodía para el final. Cecille miraba y escuchaba hipnotizada el sonido trepidante de las notas que salían de aquella trompeta. Jack rodeaba el blues, hacía uso de obstinatos, notas pedales, escalas poco habituales, siempre con una lógica impecable. Al acabar su solo, Jack intentaba mirar sobre la densa niebla que se disipaba espesa en medio de la sala. Cecille sonreía y todo su cuerpo vibraba como la algarabía de una alfombra de langostas nocturnas en medio de la oscura carretera. Él solo se percató de su presencia cuando se aproximó a la barra a tomar su habitual trago entre los descansos del set. Ella lo miraba potente y firmemente. Jack sintió los agudos y punzantes ecos de su mirada sobre sus hombros.-- Vaya Jack, el gran Jack Morgan, al fin puedo conocerte-susurro alegre Cecille-. Él la miro con descuidada confianza.

-Te conozco?

-No, en realidad-respondió atenta Cecille.

-Pero creo que te he visto en otras noches-replicó Jack

-Es probable… Cecille, me llamo Cecille.

-Es un placer... Jack se quedó mirándola a los ojos profundamente, mientras le tomaba la mano…

-Me disculpas un momento, por favor…

-Si, claro, no hay problema vaquero-expresó un poco confusa Cecille.

Jack se alejo con prisa al fondo del escenario. Ya había comenzado a tocar todo el grupo el segundo set de la noche y Malcolm el baterista le hacía señas a Jack desde el plató. Jack ni se inmutó. Buscaba algo un poco azorado en el fondo del bag de su trompeta desesperado como quien no desea que se le escape ni un solo minuto porque siente, que allí, se le va toda la vida.--donde estará demonios!!! –sé que lo he visto… en algún lugar de…Allí estas..! Sobre la palma de la mano Jack sostenía un amuleto de plata. Lo apretó con fuerza en su puño. Era algo así como una cruz de plata con una viva flor roja en medio de las dos astas donde se unen los vértices para formar la cruz. La acercó a sus ojos para detallarla, la volteó a discreción y la acercó aun más. Allí pudo leer a media luz una inscripción que decía: “Et tout, le reste est rien”. Aquella frase le retumbaba en su mente con un eco inusitado…Et tout, le reste es rien… De pronto recordó a su madre sentada al sur de la nada, recitando los versos de un pasaje del poeta Mallarmé sobre su amigo Verlaine. “Quien busca, recomienda el solitario salto hace poco exterior de nuestro vagabundo Verlaine? Entre la yerba está oculto, Verlaine”… Jack se quedó como suspendido y de pronto se le iluminó el rostro. En esa frase estaba la clave que buscaba. Ciento de horas y horas ensimismado viendo círculos concéntricos, dando vueltas sin cesar. Esa imagen se repetía constantemente y lo acechaba a cada minuto, a toda hora, sobre todo cuando se aproximaba la noche. Pero ahora de pronto, vio la ominosa claridad. La entendió. Veía ráfagas luminiscentes sobre los círculos y en el medio, la luz solemne. Tomó su trompeta, la empuño firme y la elevó hacia el cielo, una vez más…La música que salía de aquel instrumento era de una belleza desconocida, intrigante, desoladora. La música invadió toda la pequeña sala de aquel bar con remolinos enormes que se esparcían por las paredes y el techo. Todos los que estaban allí, incluyendo a Cecille, se vieron en medio de una tierra baldía, silenciosa y solemne. Esa música viva era el lenguaje de todo este ignoto lugar. Y Jack pensó en su madre y en Cecille que se quedó paralizada en medio de la sala. “Si puedes oír esta música te hará llevar a la tierra recobrada y, cosas maravillosas y extrañas te pueden suceder”. Yo mismo podría, muy bien, convertirme en una de ellas.

Alfonso Solano.

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