viernes, 20 de mayo de 2011

Ópera Prima o la tibia e intangible sensación de estar vivo

                  fotografía: Joan Olmedo



Por: Alfonso Solano

“Nuestro ambiente era tormentoso; la Naturaleza en que consistimos se oscurecía, pues no teníamos un camino. La fórmula de nuestra felicidad: un sí, un no, una recta, una meta…”
F. Nietzsche.



I



Con mucha frecuencia vemos salir el sol, todas las mañanas. Algunas veces sus destellos penetran algo más que las rendijas del día abierto. Llegan a tocar el fondo de la oscuridad. Y allí, ocurre un resplandor sordo que nos conmueve y nos hace girar. Muchas veces, encontramos correspondencia con la experiencia de la palabra poética, donde este singular movimiento pendular vibrando y entrando “cuya oscilación entre sonido y sentido, cuyo vaivén entre la voz y el pensamiento, cuyo ir y venir entre la presencia y la ausencia, restituyen cada vez la materia del poema en su misterio, en su potencialidad infinita”. Como afirma vehemente A. Silva Estrada en su ensayo sobre Válery: El otro, el mismo. Debo confesar, que pocas veces he visto este singular movimiento entre sonido y sentido en los poetas actuales de nuestro país, con sus honrosas excepciones, desde luego. Sin embargo, al leer el poemario Ópera Prima( ediciones Tal Cual y libros marcados, 2010) del filósofo , ensayista y poeta Fernando Rodríguez, este vaivén no solo se encuentra en la palabra, más bien es un movimiento que surge fuera de ella para reafirmar la condición expresiva del poema. En estos poemas, la prosa y los versos se encuentran cercanos al misterio de lo desasido, aquello para lo cual no existe explicación racional, aquello que roza lo intangible y las modulaciones de lo desconocido. Los poemas contenidos en esta Ópera prima, nos acercan a esa zona de lenguajes, trances e indicios que hurgan en el ser que somos y nos interrogan acerca de nuestra condición de errancia, de exilio en esta tierra de gracia y desgracia. En esta dirección encontramos versos que procuran, en formas aforísticas, aproximarnos al origen y el misterio de nuestra creación:





¿Sabe alguien cuántos hombres han existido en el planeta?
¿En que época y lugar vivió cada uno de ellos?
¿Cómo murieron? (…)
¿Dios se ha tomado el trabajo de amar intensamente a cada uno de los justos?/
¿O de castigar atrozmente a los pecadores?
¿toda esta información está catalogada en algún escondrijo del infinito?/
¿o es el Tiempo que escribe y borra, borra y escribe
Por toda la eternidad?





Martin Heidegger, en un famoso y brillante trabajo realizado a la luz de la obra de su maestro F.W. Schelling llamado: “Schelling y la libertad humana”(Monte Ávila Editores, 1996) nos evidencia una continua pregunta ontológica entre fundamento y existencia: “Existencia-dice- no significa propiamente el modo de ser, sino el ente mismo en un sentido determinado en cuanto existente(…) Exsistencia, lo que sale fuera de sí y se patentiza al salir fuera”(ob.cit. pág. 131) Así mismo el poeta nos incita a reflexionar sobre este sentido:




“Son los otros miembros de la humanidad.
Los amados,
Los conocidos,
Los desconocidos,
La especie, la de ayer, ahora y mañana.
Ellos padecen de los mismos males de nada saber y nada poder.
el mismo desamparo”




De igual forma se encuentran en esta primera parte del poemario titulada: “la prosa del cielo” numerosas referencias al pensamiento de René Descartes, André Gide, Blaise Pascal y singularmente, el de su admirado Godot:


“Godot Lo mira
(lo mira todo)
Y sonríe
porque Pascal cabecea
y pronto dormirá.
Yo no tengo sueño,
nunca duermo, dice Godot.
Y de nuevo sonríe.”


La reflexión permanente acerca de estas cuestiones vitales del ser y de su paradoja existencial, encuentran eco en su prosa descarnada, desnuda, turbada y en momentos, muy sardónica:


“pasados los siglos,
No creo que haya pensamiento sensato
Que no tenga como emblema algo muy parecido
A las bellaquerías de la estrambótica deidad:
Lo que creemos apenas se parece a lo que es.
En el fondo hemos pactado razonablemente con el odioso truhan.”


De igual manera, el pensamiento y la prognosis de Nietzsche encuentran asidero en sus versos. Nietzsche dijo en una ocasión: “Pobre cansancio ignorante, que ni siquiera tiene ya las fuerzas para crecer, que dio todos los Dioses y todos los trasmundos”. Y el poeta Rodríguez lo advierte y asoma en sus versos: “milenios le costó a la humanidad matar a los Dioses” (…) y en otro poema se dibuja el verbo del autor de Así habló Zaratustra: “La piedad es el sentimiento más vasto, el primero. Sólo tiene un sinónimo, el llanto.” Por otro lado, hay un extremo y cautelar cuidado por los sofismas y la brevedad de los sonidos, en el umbral acuoso del sueño y el pensamiento, que trasciende la palabra y la vuelve imagen en el propio desamparo del ser. Por esta misma razón, el poeta insiste:


“vemos nuestro infinito tránsito
Lanzado a un hueco sin fondo”
Sin embargo, en el mismo poema nos da la clave para descifrar su misterio:
“Con el fin de que haya lugar para los que siguen
Y se mantenga la armonía cósmica.
Ahora se entiende por qué la tierra es redonda,
Que rota y gira para sacudirse lo que va moliendo”




II


En la segunda parte del poemario que el poeta Fernando Rodríguez denominó: El tiempo de la prosa, advertimos, en el contenido de sus largas evocaciones, una inclinación sinuosa hacía el éxtasis, no tanto como un sentimiento de euforia, sino más bien como un descubrimiento enlazado con un misterio propio del habitar en la poética que se presenta tocando el “yo” del poeta trasegando sus experiencias evocatorias y transverbales, hurgando en la otredad desconocida:


“Hace tanto ruido en este tiempo
tanta palabra y tanta imagen
que el silencio es oro verdadero”


La poeta y ensayista venezolana Hanni Ossott nos reflexiona en su lúcido ensayo Memoria en Ausencia de Imagen (fundarte, 1979) acerca del vivir en el éxtasis, como experiencia poética “Lo otro que se abre en el éxtasis es urgente a nuestra naturaleza. Ella ama el abismarse en lo otro. El vivir, es también el movimiento hacía ese estado de suspensión, de cese”. Y el poeta Rodríguez nos deslumbra evocándonos, en una pintura de Mondrian escueto o un verso humilde de Machado o en un gat milimetrado de Charlot. En su poema llamado Faticidad encontramos reflejado el sentido de la nada, en una prosa que se transmuta en imágenes cercanas al desamparo o al espejo del ser:


“Pozo de lluvia
Si yo no hubiese
Metido mi zapato en tus entrañas
Tu brevísima vida
Hubiese sido intrascendente y roma, casi una nada (…)
Y ahora eres poema o antipoema“


Y así mismo la memoria que anda por su cuenta “obsede, olvida, trampea, enferma”. Una memoria arraigada en el origen de un cuerpo amado, un sentir anclado en el erotismo, arremetiendo con todo su esplendor y fuego:


“Hace tanto tiempo,
Era yo muy joven,
Ella más adulta (…)
No sabría decir si era bella (…)
Pero nunca olvido,
Que se dio vueltas
Y me pidió que me adentrara en sus tersas colinas”


La idea de la evocación de situaciones vividas al límite del éxtasis o del desamparo, se englosa con la fatalidad del día o de la noche, en una circular contienda donde el poeta reafirma su condición elusiva de soldado del azar, una afirmación entusiasta que concilia verbo y vida:


“Fíjense que detrás del júbilo y la risa,
siempre hay como una sombra
o una silueta
recordándonos
las pocas veces que canta el sol
brillando como un gallo”


Y al avistar y afirmar su condición de ser errante e inhóspito, nos advierte su destino próximo:


“Y uno se va a otra parte
no sabría decir adónde
pero a otra parte
pronto.”


De igual forma, en el vendaval de la intemperie, lo oscuro lo hiere con un sonido inaudible:


“¿Qué tan áspero,
lúgubre,
hubo en el sueño vedado
para que llorasen
hasta mis últimos confines?
Sonidos de muerte”


Sin embargo, en absoluta correspondencia con un vibrar “acuoso y frío” también conviven momentos de sosiego y de luz donde existe un afán de transcendencia más allá del poema: “No olvides/ que debes esperar el fin, la eternidad,/como si tuvieses/ la imperiosa necesidad de un sueño/ que alivie la fatiga de tu día.” Fernando Rodríguez no niega ni el azar ni la intemperie en el habitar del poema, siendo en él una existencia contenida en esa batalla librada por los límites extremos del desasosiego y el éxtasis del vivir. Como nos dice Silva Estrada en el ensayo sobre Valery, antes mencionado “El azar que todo lo hace: lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo perfecto y lo imperfecto”. Al igual que el mismo poeta nos hace una aguda reflexión acerca de esta misma contienda entre existencia en el poema y existir en el tiempo: “No podemos evitar que la existencia sea, más a menudo de lo que desearíamos, desorden; fragmentación, hastío, discontinuidad. Y como el poeta trabaja inmerso en el tiempo entrecortado y a-rítmico de la existencia, no puede remediar que su labor este sujeta a esta fragmentación”. Existe pues, este azar y este desorden atemporal que denotan “instantes en constantes discontinuos” donde el poeta mismo trasciende el prístino tiempo y, a la vez, permanece atado y concretado en él. Sin embargo este riesgo del poeta Fernando Rodríguez al “abocarse a la poesía en edad madura, tiene sus bemoles”. Y yo diría, sin duda alguna, que también sus conquistas y aciertos. Este poemario es una feliz y lúcida muestra de ello.