viernes, 7 de septiembre de 2012

La Religión del Futuro: Vanguardia y Relato Ortodoxo en la tradición Moderna


                                           Jackson Pollock, Uno, Numero 31, 1950

Por: Alfonso Solano

La polémica entre lo antiguo y lo moderno siempre ha suscitado, a través de toda la historia y de todas las épocas, oposición y enfrentamiento. Dos términos que como vemos tienen una relación genésica primaria pero que, en el curso de los acontecimientos históricos, se bifurcan en direcciones distintas. Según el diccionario Larousse: “la querella entre los antiguos y los modernos ha existido en todas las épocas  en todos los países y en cada civilización, constituyendo una tradición estética que ha dado lugar a formas y géneros literarios y artísticos que hoy son reconocidos como clásicos, pero para ello ha tenido que darse esa oposición entre los defensores de lo antiguo y la tradición y los partidarios de la innovación”. Es en este punto de partida donde, precisamente, el historiador y crítico de arte francés Antoine Compagnon fija el norte de su extenso e interesante estudio en su libro: “Las cinco paradojas de la Modernidad” (Monte Ávila Editores Latinoamericana, segunda edición, 2010) texto analítico que aborda, entre otros, el dilema de las vanguardias y lo que él llama, particularmente, “los relatos ortodoxos” en donde nos refiere el papel  histórico que desempeña el “militantismo del futuro” paradoja del tiempo que actúa en contraposición del ‘presente mítico’ que desempeñan las vanguardias en el arte moderno. Esta distinción es capital para entender cómo, a través de la historia, el pensamiento moderno conjuga en un mismo magma dialéctico, el empeño reduccionista de la vanguardia y el apostolado de “la purificación” que conducen, invariablemente, hacia “la esencialidad del arte”. Y es aquí, en este episteme fundamental de su relato, en donde Antoine Compagnon fija la vista para plantearse una pregunta capital: ¿cuál fue la genealogía de esta retórica a la que identificamos la modernidad como religión del futuro más que como identidad del presente? El mismo autor nos da la respuesta: “como se verá-la vanguardia- comparte su papel con las historias ortodoxas (he aquí su topos  central)  de la tradición moderna”. Lo paradójico del asunto es que estas historias ignoran-según Compagnon- la verdadera modernidad.

Cezanne vilipendiado
En la segunda parte de la tesis de su “relato ortodoxo” Antoine Compagnon nos muestra con un análisis agudo, convincente y ajustado a la verosimilitud, el curso que tomó-después de la II guerra mundial- el planteamiento crítico del arte moderno con su enfoque reduccionista, valga decir, genésico-histórico de los principales movimientos artísticos  de la contemporaneidad, y muy particularmente el del abstraccionismo orgánico y geométrico que caracterizó el período de la vanguardia norteamericana. Para ello, toma como referencia al crítico e historiador del arte estadounidense Clement Greenberg quien se hizo célebre en los años cincuenta con una serie de artículos publicados en los principales periódicos y revistas especializadas en los E.E. U.U. que luego se reunieron en un libro titulado: “Art and Cultura” (Arte y cultura) aparecido en el año 1961, texto que aún hoy en día, sigue siendo una referencia como introducción al estudio del arte de la nación norteamericana. Este autor, hace todo un relato de la historia del arte ocurrido en el periodo de la pos-guerra y marca con detalles los antecedentes partiendo desde Manet, pasando por Picasso y Braque hasta llegar al artista que el autor consideró como el ultimo estadio de la pintura: Jackson Pollock.  Esta última posición crítica es lo que analiza Compagnon como el perfecto “relato ortodoxo genésico-histórico” en donde se muestra su procedimiento de retórica y análisis teleológico por el cual se cuenta la historia para llegar a un fin último justificado por los medios encontrados por los artistas de la llamada “Action Painting” o “dripping”, centrada en la figura de Pollock. Para mostrar el punto de partida de este relato formalista, Compagnon cita un párrafo de uno de los más ilustres artículos de Greenberg: “Vanguardia y Kitsch” este dice: “En esta búsqueda de lo absoluto, la vanguardia como también la poesía llegó al arte abstracto o no objetivo (…) El contenido debe disolverse tan enteramente en la forma que la obra, plástica o literaria, no pueda reducirse, ni total ni parcialmente, a otra cosa que no sea ella misma”. La autocrítica tiene, como ya vimos, un fin único: “reducir  a cada arte a lo que tiene de ‘único y de esencial’ a su propio medio” Pero, para Greenberg este procedimiento de “reducción a la esencia” sólo se justifica para la pintura, ya que la literatura y la música-según este crítico- “han demostrado sus convenciones superfluas” de una manera más directa. “Sólo la pintura-prosigue Greenberg- continua entonces desarrollando su modernismo con el mismo brío, ya que le queda un camino relativamente más largo por recorrer antes de quedar reducida a su esencia vital” (citado por Compagnon.)
El fin del arte moderno sería-según este relato-  por lo tanto buscar la pureza absoluta, es decir “el grado cero de la pintura”.  El problema central de este planteamiento es que-según nos acota Compagnon- su enfoque o teoría conduce hacía un reduccionismo formalista que se basa en lo que Greenberg llamó “La planidad” donde éste acusa al gran maestro del modernismo Paul Cezanne para justificar el aporte de los artistas americanos en su claro relato ortodoxo.  Sin embargo  Greenberg desdeña el enfoque  de los post-modernistas en el sentido de la concepción de una “suprarealidad”  que justifica lo heterogéneo y lo ecléctico en el arte. Compagnon, aunque crítica en justa medida el relato de Greenberg, lo prefiere como teoría genésica ante el enfoque de los post modernos. No obstante el profesor francés nos hace la pregunta capital para desentrañar la trama del relato de Greenberg: ¿en dónde estaría la objeción principal de Greenberg? y éste es el asunto que nos inquieta en su relato; estaría principalmente en la crítica injustificada que hace el autor norteamericano a uno de los más grandes pintores de la modernidad, encrucijada del impresionismo, el expresionismo y más tarde el cubismo: Paul Cezanne. El siempre incomprendido por su mejor amigo Emile Zolá ,y en este caso, el vilipendiado históricamente por el relato ortodoxo de Greenberg. Según este último, toda la obsesión y el trabajo realizado por Cezanne en su búsqueda incansable por lograr una “unidad escultural” de la pintura se vería frustrada pues “Cezanne llegó en verdad a la solidez pero a una solidez tan literal y bidimensional (léase plana) como figurativa” (citado por Compagnon). Antoine Compagnon nos muestra de manera eficaz y muy verás, como un relato ortodoxo o histórico genésico se presta para beneficiar a unos y perjudicar a otros. Para ser honesto y justos con la historia real, el descubrimiento de los pintores del movimiento del abstraccionismo americano y muy particularmente, el procedimiento aplicado por Jackson Pollock llamado, “Action Painting” o “dripping”, como ya lo mencionamos, llevó el arte moderno hacia otro estadio, hacia otra dirección, por decirlo de alguna manera. Según la historiadora Alemana del arte Anna Carola Kreube, el arte posterior a 1945 ,es decir, el de la post-guerra,  no representó ninguna “hora cero” como lo pretende ver Greenberg , puesto que sus raíces-según nos cuenta Kreube- se encuentran claramente en el arte de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, esta autora no deja de reconocer que el concepto del arte, tras la guerra, se “definió de nuevo”. Más adelante acota: “Los artistas de la posguerra pusieron a prueba la pintura: tomaron su tradicional función imitadora y dejaron que se expresara desmaquillado y desprovisto de todas sus funciones representativas (…) ahora los artistas no deseaban desarrollar, con el arte abstracto, ni valores nuevos, ni utopías”. Esta sola declaración de principios echa por tierra la posición canónica del relato ortodoxo genésico que nos muestra Greenberg.
 Antoine Compagnon concluye su tesis diciéndonos: “El relato que concibe la modernidad como un proceso histórico continuo, desconoce lo esencial de la modernidad, a saber, lo que desemboca en la nada”. El arte auténtico, el arte que trasciende las convenciones, no debe estar atado nunca a ningún convencionalismo, ni social, ni estético, ni moral.  “todo gran artista- como dijo una vez el gran pintor catalán Antonie Tapies- aspira a desvelarnos la auténtica naturaleza de las cosas, el auténtico funcionamiento de la realidad, en la cual está incluida la realidad humana”.

jueves, 16 de agosto de 2012

Julio Cortázar: Lo Fantástico Cotidiano



Por: Alfonso Solano.

La obra de Julio Cortázar es invasora de pólipos, enjambre incontenible, transmigración de anguilas, pero también es poliedro de cristal tallado, sextante, sistema planetario (…) es Free Jazz y clave bien temperado." Saúl Yurkievich


Desde el pequeño barrio llamado Banfield, el niño Julio podía vislumbrar, subido a las ramas de un vetusto y noble sauce, el mundo transido y campestre que rodeaba la casa en donde creció y vivió hasta su bien entrada adolescencia. Allí conoció sus primeros amores; los libros y la música. Allí imaginó mundos, allí conoció los albores del contorno oculto de las horas, allí sufrió penas y sudó alegrías. El joven Cortázar fue un prodigio tanto en la lectura como en la escritura. A los 9 años escribió su primera novela y a los 12 sus primeros poemas, con una gran influencia simbolista de su admirado Edgar Allan Poe. Cortázar había leído la novela  de Julio Verne-una de sus grandes influencias- llamada: “"El secreto de Wilhelm Storitz" que, curiosamente en vez de ser una novela de anticipación científica, era una novela fantástica. La novela planteaba la historia de un hombre invisible que luego-según narra el propio Cortázar en una entrevista- el escritor H.G. Wells volvió célebre en una de sus historias. El joven Julio quedó fascinado y conmovido por este relato porque “la presencia de un hombre invisible me parecía totalmente posible, en las circunstancias de la novela”. Emocionado, guardó el texto y lo llevó a la escuela en donde cursaba estudios primarios para prestársela a un amigo que gustaba, al igual que él, de la buena lectura. Julio esperaba que el amigo se maravillase tanto como él al leer la novela. Pero no fue así. Dos días después, el chico se la devolvió desdeñosamente alegando que era “demasiado fantástica”. “Y allí apareció la palabrita” confiesa Julio Cortázar al periodista Joaquín Soler Serrano en una entrevista que éste le hizo en los años setentas para su programa televisivo “A Fondo”. “Ese día-continua narrando Cortázar a Soler Serrano- sin poder racionalizarlo en mi ignorancia de niño, me di cuenta oscuramente que mi noción de lo fantástico no tenía nada que ver con la noción de, por ejemplo,  mi hermana o de mi madre (…) Descubrí, y era un poco penoso, que yo me movía con naturalidad en el territorio de lo fantástico sin distinguirlo demasiado de lo real”. Que le sucedieran cosas fantásticas en los libros que devoraba con felina avidez, o que se le aparecieran en su diario transitar, eran hechos que Cortázar asumía y admitía “sin escándalo y sin protesta”. Esa visión mimética de los fenómenos ocurridos en los intersticios de la vida cotidiana del joven Julio y su sensibilidad para aprehenderlos sin juzgarlos, lo condujo, invariablemente, hacía la experiencia de lo que el poeta y ensayista argentino Saúl Yurkievich llamaba “lo teratológico”, es decir,  de lo fantástico atisbado en el ámbito de lo cotidiano. Cortázar admitía, en efecto, que su “realidad”  era una realidad “en donde lo fantástico y lo real se entrecruzaban cotidianamente”.

El Sentimiento de lo Fantástico

Cortázar visitó nuestro país a mediados de los años setentas, para dictar una conferencia sobre su obra en la Universidad Católica Andrés Bello (U.C.A.B.). Allí departió, con su ingente erudición y su proverbial humor, acerca del tema predilecto presente en la mayoría de su obra: lo fantástico cotidiano. Como él mismo lo explicaba en tantas entrevistas que le hicieron a lo largo de su vida, el problema estribaba en la definición que daba “el cementerio de las letras”, es decir, el diccionario (como lo definió el periodista J.S.Serrano). Una definición preceptiva que no satisfacía de ningún modo al escritor de Rayuela. Porque, como lo dijo en esa oportunidad “los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se escaparán de esa definición”. Cortázar siempre vio el mundo de una manera distinta; sintió de una forma continua que las leyes de la naturaleza no se cumplían del todo o lo hacían de una manera discontinua, irregular, lo cual daba lugar a ciertas excepciones. Ese sentimiento él lo definió como un “extrañamiento”. “Hay como pequeños paréntesis en esa realidad-narra Cortázar a los estudiantes y profesores presentes en la U.C.A.B.- y es por ahí donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico”. Para el cronopio mayor, ese sentimiento estaba allí, a cada paso, en cada recodo de la vida: “consiste en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio y todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible (…) se ve bruscamente sacudido por una especie de viento interior que los desplaza y que los hace cambiar”.
Precisamente de esta forma y desde Creta, ciudad insular de la antigua Grecia, le llegó, por estos caminos desconocidos de la “intranet espacial” o de “los cromosomas invisibles”, su relato-poema llamado “los Reyes”. Cortázar cuenta a Soler serrano en la mencionada entrevista, la situación insólita en la que “le llegó” tal poema épico-mitológico: “La idea me nació en un colectivo cuando me trasladaba de regreso a casa. De golpe me vino la presencia de algo que resultó ser pura mitología griega”. Se trataba, en efecto, del mito clásico de Teseo y el Minotauro. Lo curioso del asunto es que Cortázar lo vio y concibió al revés: “yo vi en el minotauro a el poeta, al hombre libre, al hombre diferente y que es el hombre al que “el sistema” encierra inmediatamente (el laberinto)(…) Teseo en cambio es el perfecto defensor del orden; el entra allí(en el laberinto) para hacerle el juego a “Minos” al Rey, es el gangster de aquel que acude para matar a el poeta con todos los procedimientos de un perfecto fachista”. “Ese relato-continua diciendo Cortázar- me lo dictó alguien, una voz que no soy yo, quizá de un archi-abuelo mío nacido en Creta hace 300 años atrás (…) incluso el lenguaje no es mío porque es muy suntuoso y yo no escribo de esa manera…” Semejante visión del mito causó, como es bien conocido, la reacción desfavorable de la “crítica especializada” que lo tildó de heterodoxo y subversivo.
Lo fantástico encuentra un vehículo ideal y propicio en la literatura y “su casa natural”-como lo decía Cortázar- es el cuento. Los procedimientos de narración y experiencia “teratológica” en los textos de éste, ocurren en un mundo al “modo mimético inferior” es decir, a la mayor proximidad entre lo narrado y lo imaginado por el lector. De modo que cuando el cronopio mayor escribía un cuento-de manera casi natural- siempre era, invariablemente, un relato fantástico. Aunque para él, fueran narraciones de la “obcecada y cruel” realidad. Julio Cortázar siempre miró  el lado oculto de las cosas; rondó “el pulso herido” de los objetos y las experiencias naturales extra-ordinarias de la realidad cotidiana. Adoptó la otra vía: transitó los caminos de la otredad invisible y nos descubrió un mundo donde, ciertamente como lo definió Yurkievich, encarnó “todas las metamorfosis de ese genio proteiforme que llamamos literatura”.

lunes, 6 de agosto de 2012

Lucienne Silberg: el discreto y fugaz encanto de lo Innombrable





Por: Alfonso Solano.

En una noche calurosa y circular, como suelen ser aquellas lunas en donde la memoria se inserta en su laberinto, me dispuse a leer uno de los números de la curiosa e interesante revista de poesía “El Salmón” esfuerzo editorial de dos sagaces e inteligentes jóvenes de la nueva generación de poetas venezolanos emergentes: Santiago Acosta y Willy McKey. El número 6 de esta revista, que en esta oportunidad está dedicada al tema del Desvarío, contiene entre otras joyas, un curioso y brillante análisis escrito por el desaparecido y recordado  poeta y ensayista venezolano Juan Liscano sobre una mujer desconocida por la mayoría: Luciene Silberg. Venezolana, caraqueña nacida en el año de 1947 para mejores señas, a pesar de su afrancesado apellido, esta mujer misteriosa que poseía el antiguo y raro don de los genios en la palabra trasmutada, había viajado a mediados de los años setentas, específicamente en los primeros meses del año 1976,  a la ciudad  luz para estudiar Literatura, luego, al parecer, lo hizo también en Inglaterra. En la ciudad de Bretón se alistó en la conocida Universidad de La Sorbona para realizar su maestría de literatura angloamericana y Francesa, cuando de repente, como quien ve una estrella fugaz en el firmamento, falleció en septiembre de ese mismo año, tras padecer de una rara enfermedad que según el propio Liscano nunca fue diagnosticada de forma acertada. Liscano mantuvo cercana correspondencia con la poeta y en una  ocasión ésta le había comentado que deseaba “penetrar en su caja craneana para saber lo que recubre todos los ruidos de fondo y tratar de escribir redistribuyendo las palabras que no deben ser pronunciadas” (dixit). Esta extraña visión de la escritura daría en su breve “canto de cisne” unos poemas (7 en total) que se han convertido en el transcurrir del tiempo en una especie de “cáliz sagrado” para todo aquel que tenga el privilegio de navegar en sus laberintos infinitos donde todo lo soñado, todo lo imaginado, todo lo no pensado y lo que aún ni siquiera se ha pronunciado, se encuentra en su más pura forma de arte en la expresión poética. Sus poemas los escribió  todos  en la lengua de Flaubert,  y por lo que describe Liscano en su intenso y brillante ensayo, amplió y expandió  en su brevísima obra, las posibilidades insospechadas de este idioma. Como bien lo indica Liscano “en esa tarea de ampliar las fronteras del lenguaje francés han trabajado incansablemente generaciones de escritores, pero con Lucienne dicha tarea adquirió una premura de última voluntad”. Tan sorprendido y encandilado estaba el autor de “Myesis” y “Domicilios” que se sintió en la necesidad de escribir, a petición del preocupado  padre de la poeta, una misiva en donde no sólo elogia la escritura de Lucienne, sino que describe con una asombrosa capacidad de síntesis, los antecedentes de esta escritura y su valoración en los tiempos contemporáneos.


El Nombre del Nombre de lo impronunciable.

La poesía, como lo he dicho en reiteradas oportunidades, es el lugar de lo misterioso, de lo no-asido, de lo otro adviniendo en el yo, y en el río de las imágenes -muchas veces río intenso- que arrastra nociones y recuerdos, ese alter ego desvariado comienza a “hablar” a través del lenguaje.  No sólo se trata de una exploración consciente y dirigida de la morfología y la genealogía del lenguaje. No es sólo un mero “discurso proliferante” como lo dijo una vez el poeta Mario campaña. Es más bien la expresión  alucinada de la experiencia en el hacer poético, el “liminar sin reglamento” para descubrir una voz, una persona que habla a través de los otros sentidos, a través de la otra intimidad, que trasciende su lenguaje y lo coloca en el lugar de su mundo particular, en el lugar de su lengua homónima. Porque en los estados en que el alma se encuentra comprimida por los avatares del vivir, la lengua del poeta calla. Su otra “lengua” inicia el caótico viaje. “La poesía ya no representa ningún objeto; la poesía presenta un objeto único: el poema.” Nos confiesa el bardo Silva Estrada en uno de sus reveladores ensayos. Lucienne Silberg lo supo, lo sufrió en carne propia y lo trajo a la superficie en forma de inusitadas prosas y frases de un contenido tan mágico como delirante. La escritura de Lucienne está dotada de todo aquello que resulta de llevar a los extremos la experiencia del verbo y su resonancia interna. Lucienne  quemó- como bien lo dice Liscano- en un solo verso, en una sola línea, toda posible influencia de un autor. Ella se entregó, como ninguna, “a ese apocalipsis verbal sobrepasando modelos”. Y lo logró en un tiempo inusitadamente breve.

Tengo una lengua

La producción literaria de Lucienne Silberg es de una ascetada y brillante brevedad. Sólo se conocen 7 poemas*, algunos de ellos escritos en forma de prosa poética. Los poemas, como ya lo mencionamos, están escritos en francés. La traducción al español se debe a la diligente e ingente labor de Juan Liscano, quien los revisó y estudió a profundidad. Se sabe, en todas las esferas, que esta labor resulta comprometedora y reviste al quien lo hace de una especie de “paria en el calambur” lo cual no resulta del todo satisfactorio. No obstante, los problemas del traslado de los giros idiomáticos y los sentidos de una lengua a otra, tenemos en nuestras manos el resultado del trabajo hecho por Liscano. Y vaya que tendremos que agradecerlo para toda la vida!
El primer poema se Titula: “tengo una lengua” y se inicia de esta forma: “tengo una lengua de víbora exactamente allí donde pienso (…)” Acá el pensamiento es visto desde una tribuna de contemplación dejando ir en vuelo rasante, todas las lenguas con sus azares y desventuras, hurgando el otro lado de los objetos y las cosas que se expresan con ánimo desvariado:
“lengua de vuelo ahorquillado que alcanza los cubiertos y aglutina la vajilla, una lengua tenedor, cuchara o cuchillo de carne o de pescado”
Luego, el lugar desde donde habla esta lengua; el de la memoria, blanca memoria que discurre los velámenes iníciales y coloca el nombre de lo innombrable:
“Tengo una lengua tradicional de padre en hijos, de árbol en genealogía, de escaque en edificio, y soy el nombre nuevo de un linaje muy antiguo”
El viaje en el espiral eterno del pensamiento que es uno, aquí y ahora, como otrora en la antigüedad de la memoria viajera desde lo inicial hasta lo propio, en un solo magma verbal. Lucienne no se conforma con el simple “decir” en su poética, quiere desintegrar y reintegrar una y otra vez, la lengua. Desea removernos en nuestro fuero interior; es la palabra que hurga el alma de lo inasible, de lo inesperado, de lo cognoscible y de lo desconocido:
“Cato manjar tras manjar, sobre un mantel de desastres, sirviéndome de cada instrumento en orden exterior progresivo hacía el interior”
Si, el descenso hacía la profundidad del alma es inevitable, y así atraviesa los desiertos pantanosos del lenguaje, soñando un nombre, evocando una imagen, escrutando los silencios:
“Trago una masa conformista blanda y edulcorante, resistencia, fuera del medio, entre el medio, salida y gran final”
Todo esto lo logra la poeta, evocando y transmutando el sentido de la luz primaria de una certidumbre de la palabra que en momentos se vuelve sobre sí misma; cabalga, cesa, prosigue, da saltos mortales, para finalmente, regresar revelada y totalmente renovada.
Y ciertamente, esta palabra de Lucienne Silberg, esta voz en el desierto de las sombras, nunca es ajena al sentido de la palabra trasmutada. Todo lo contrario; Lucienne lo desencadena con otros significados, unos que están más allá de la palabra, el lugar del resplandor, el lugar de la revelación.

* Los poemas de Lucienne Silberg traducidos por Juan Liscano, al igual que el ensayo de este último, se pueden leer en su totalidad en el número 6 de la revista “El Salmón” tanto en su edición impresa como en la digital, disponible en la web.

Casa de Luciérnagas: El ánima poética en Hispanoamérica







Por: Alfonso Solano.

“Y el mar está allí, para hundirnos, revolcarnos, golpeando costa y puerto, playa (…) porque él es también la gran madre, el ánima, la voz que rige y dicta la última palabra (…) es el ritmo de la voz femenina, el alma de la poesía”
Hanni Ossott

I

No existe poesía sin reflexión. Pero también- y esto ha sido testimonio de una legión de sonámbulos vigilantes- sin la ensoñación y el desvarío. El oficio del poeta se ejerce desde una tribuna de majestuosa y digna soledad. El poeta siempre está sólo. Por eso siempre se acerca a los límites de lo que está más allá de la razón; el no-lugar de la poesía transita por los laberintos del alma, y cuando esta se eleva, experimenta una especie de desprendimiento del ser que se parece mucho a la muerte. “La conciencia de la muerte fundamenta la poesía” (1) nos dice Hanni Ossott, en un brillante ensayo acerca de este tópico tan transitado por los guardianes de la palabra transmutada. Y no sólo es la muerte como ausencia de lo físico, la muerte verdadera ocurre en la psique, ese “aprender a perder suave o bruscamente con el vivir” nos vuelve a decir Hanni Ossott. Y nadie como ella para hablarnos acerca de la experiencia del vivir en poesía, del hacer poético en el tiempo vivido. La mujer, al dedicarse al oficio de nombrar el mundo con la palabra poética, no evade jamás su propia condición como alma viviente. Transita los caminos de la otredad desconocida, baja a los abismos insondables y sórdidos de su yo advenido en puras imágenes; formas impasibles, signos ocultos, fijaciones vertiginosas. Esta poeta sabe que ha descubierto un mundo paralelo; que tiene una labor inusual de nombrarnos y retratarnos a través de un paisaje ignoto, transitado sólo por ánimas. Sabe que se debe a “la generosa labor marginal de borrar cadáveres” como una vez escribió el gran poeta nuestro Alfredo Silva Estrada. Aún así, las contingencias y admoniciones propias de la vorágine del día a día la penetran, la soslayan, la subyugan. Y todo ese  mundo habla a través de sus versos, a través de sus imágenes verbales. Esto último parece caracterizar a toda una generación de poetas mujeres que nacidas todas, alrededor de 1.945 en naciones diferentes de la América Hispana, reafirmaron con voz propia y con una vocación legítima y contundente, el relato de la vida a través de una tradición poética que aún hoy en nuestros días, brilla con luz propia. Una aventura del lenguaje individual y colectivo, que nos evoca en “un misterioso lugar iluminado por la luz de todos y probablemente para todos”. Esto es lo que, de una forma prodigiosa y admirable, ha abordado el poeta ecuatoriano Mario Campaña en su celebrada obra: Casa de Luciérnagas: antología de poetas hispanoamericanas de hoy, que  apareció bajo el sello editorial español Bruguera, en el año 2007.

II

La historia tiene sus bemoles, aciertos y desaciertos y, sobre todo, sus paradojas. Sin embargo, al hablar de la historia de la literatura en América Latina, habría que advertir con puntualidad que esta historia no es común en hombres y mujeres. En efecto, la trayectoria trazada por las mujeres en esta manifestación literaria ha descrito una parábola con sus propios meridianos. No hace falta recordar aquí la “ostentación masculina del poder sobre todo lo que se publica y crítica”, como bien nos advierte el autor. No obstante a esta realidad, debe sumarse el trabajo intelectual que ejercieron ciertas mujeres poetas en las primeras décadas del siglo XX, donde cobró notoriedad y alcanzó una popularidad inusitada. Iniciando con Gabriela Mistral (1889-1957) la más célebre de todas, continuamos un legado de voces comunes que alcanzaron a expandir los límites de la lengua en sus poéticas afines: la argentina Alfonsina Storni (1892-1938) al igual que Delmira Agustini (1886-1914) y Juana de Ibarburú (1896-1979) contribuyeron de forma decisiva a construir este “edificio inusitado y desmesurado de verbos” según nos cuenta el poeta Campaña. No obstante, del magisterio ejercido por la poesía de las poetas del cono sur en América-continúa narrando Campaña- opacaron o ensombrecieron el trabajo de sus contemporáneas, hoy casi todas ellas ocultas en el olvido involuntario de “la historia ortodoxa”. Nombres como Winett de Rokha(1892-1951),  en Chile; Enriqueta Arvelo Larriva(1886-1962), en Venezuela; Claudia Lars(1899-1974), en el Salvador; Magda Portal(1900-1989), en Perú; Aurora Estrada y Ayala(1901-1967), en Ecuador; Dulce María Loynaz(1903-1997), en Cuba; Clementina Suárez(1906-1992)en Honduras; y las mismas Silvina Ocampo(1903-1994) y Norah Lange(1906-1972) en Argentina-según nos enumera el poeta- contribuyeron a “elaborar obras con valor propulsor y transformador en las literaturas nacionales de sus países de origen”.


III

La poesía fundacional hecha por mujeres en Hispanoamérica se ha sustentado de manera prodigiosa sobre un estamento que ostenta, en partes iguales, una indagación alucinada del lenguaje y una profunda como inconsciente búsqueda espiritual en un espacio que recurre a terrenos movedizos donde “reina la incertidumbre”. De igual manera esta poética funda sus bases sobre la indagación de las imágenes de la niñez, del hogar familiar, de los miedos primarios, para conducirse sin transición aparente, hacía los oscuros caminos de la otredad desconocida donde las imágenes de la muerte, la fragmentación del espíritu, la visión de Dios y las “formulaciones metafísicas” del amor, encuentran asidero en una longitud informal del lenguaje poético, revelado con alucinación y lucidez a la vez, de los laberintos insondables de la razón y el alma.
En su compilación y selección, donde han privado los criterios expresivos y de resonancia en el lugar de la poesía como existencia y no como mera contemplación de una realidad, el poeta  Mario Campaña logra con su trabajo mostrarnos un completo panorama sobre el horizonte plural en donde se mueve la poesía de las mujeres del continente latinoamericano de hoy; una poesía “madura” que no toma en cuenta simples cuestiones como su orientación, origen geográfico o definición estética, sino aquella en donde-según sus propias palabras- el arte ha prevalecido “hasta el punto de alcanzar la mayor exploración y potenciación de una materia dada, cualquiera que ésta sea(…)que en su conjunto da cuerpo a una voz suficientemente singular y autónoma para hacerse escuchar por sí misma”(pág.18).
Nosotros, felizmente asistimos a esta majestad del verbo protagonizada por las voces ocultas del ánima femenina para celebrar junto al poeta, el nacimiento de un texto que nos conduce, sin nortes y mapas aparentes, por la “casa de luciérnagas” en donde alma y palabra conviven en un solo magma de transmutación de todos los elementos.

Notas:
1.      Hanni Ossott, Cómo leer la poesía-ensayos sobre literatura y arte-. Primera edición, Bid&Co editores C.A.
2.      Alfredo Silva Estrada, la palabra transmutada, la poesía como existencia. Editorial CEC, S.A. Otero ediciones, 2007.

martes, 3 de julio de 2012

Ramos Sucre: Transfiguración y Catarsis del verbo.



                                                                     Por: Alfonso Solano.




Todas las obras de arte auténticas poseen un fulgor, un brillo inusitado que la distinguen de aquellas que habitualmente son grises, es decir, aquellas que pasan desapercibidas. Una obra de arte verdadera trasciende el sentido original del cual, ella misma, formó alguna vez parte. Es única en su belleza y adulancia. Se transmuta. Traspasa el umbral de la nominación indemne. Es la obra en su prístina esencia inmaculada. Es inmortal. Esto vendría a ser una especie de paradoja, pues los atributos de ella siempre pertenecen- en buena justicia- al mundo de quien las creo, vale decir, al artista. Sin embargo en ella (la obra) nace una flor que oculta en su interior un aroma inescrutable. Y muchas veces este aroma imperceptible, es una metáfora que transciende todos los juicios y todos los sentidos. En la creación literaria, y muy específicamente, en el Ars Poética, el sentido viene acompañado de un ruido gramatical del cual el poeta trata, con todas sus armas, de librarse para dejar la palabra desnuda en su esencia y ritmo interior. “La poesía moderna se inaugura desde una boda: alma y poesía. El poeta deja de ser un poeta de cantos épicos y descriptivos para adentrarse en el cristal del alma. ‘Yo soy el otro’ dijo Rimbaud. Lo otro comienza a hablar”. Estas lúcidas y reveladoras palabras provienen del numen creativo y crítico de nuestra poeta y ensayista Hanni Ossott, una mujer que se entregó en vida y alma a su función creadora  y que forjó una de las poéticas mas encandiladas y crudas de nuestra poesía contemporánea. De igual manera, pero con un procedimiento inusitado y, a todas luces novedoso para su época, José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) funda en nuestro país, lo que se considera como una de las tentativas poéticas más luminosas y reveladoras a las que se haya dedicado creador alguno entre los nuestros, como bien acota Eugenio Montejo en su brillante ensayo sobre el poeta cumanés, que fue incluido en su libro de ensayos titulado La Ventana Oblicua aparecido por primera vez en el año 1974 y publicado por la dirección de cultura de la universidad de Carabobo. En este mismo estudio-que mantiene una frescura y vigencia única- el autor de Trópico absoluto nos ofrece las claves por donde discurren los artilugios reveladores para descifrar el Organom psíquico y estético de este capital poeta venezolano y universal que escapó sustancialmente a sus contemporáneos, en un ámbito inusitado de creación poética extremando y conduciendo su verbo a las más altas cimas  que  puede alcanzar todo espíritu encendido y transmutado.

Un viaje singular
El mundo de imágenes y la geografía poética abordada por este atormentado bardo creador, es uno de los símbolos más estudiados de su encandilado verbo, tanto dentro como fuera de nuestro país. En efecto, en una atmósfera candorosa y sugerente, los procedimientos utilizados por Ramos Sucre en su “poeisis” se entrelazan con su ingente erudición y su conocimiento de la historia clásica y de las tradiciones europeas. Sin embargo, la obra de Ramos Sucre nos es “ni una evasión candorosa regocijada en sí misma, ni una elaboración preciosista” como nos advierte oportunamente Guillermo Sucre en su imprescindible “La máscara, la Transparencia” (Monte Ávila editores, Caracas, 1975). En este sentido sus poemas no tienen un referente histórico específico, aunque estén inspirados en temas del pasado. Sus procedimientos y su mapa de visión-nos indica Guillermo Sucre- eran distintos: “De la historia o de la literatura misma tomaba unos pocos elementos, un pormenor o un detalle no congelado por las erudición o susceptible de ser visto como una experiencia todavía viva, y con ellos creaba una situación nueva” (ob.cit.pág, 82). De modo que es erróneo atribuirle a Ramos Sucre “el pasado como ilustración del presente” ya que el mismo “sería una fórmula inadecuada” (pág.83). El mismo poeta cumanés confesó una vez “lo único decente que se puede hacer con la historia es falsificarla” (citado por G. Sucre). El recreó, a su manera, la visión de un mundo con sus recuerdos y sueños de vidas paralelas y acontecimientos vividos en la experiencia lúcida y elusiva, tanto de la lectura como de la vigilia, en sus circulares y atormentados insomnios que lo aquejaban con frecuencia. Ramos Sucre, tuvo además, el don de recrear un espacio lírico con un lenguaje suntuoso, a partir de la memoria de un dato histórico o literario que, de forma súbita, llegaba a su memoria. Esto explica, como lo han repetido muchas veces sus estudiosos y biógrafos, que Ramos Sucre creaba todos sus verbos en forma presente. Pero en un “presente mítico producto de la divagación y el ensueño” como indica el poeta Eugenio Montejo en su ensayo antes citado. Este procedimiento se encuentra en muchos inicios de sus poemas:
“Yo escucho las violas y las flautas de los juglares en la sala antigua”. (“la cuita” de La Torre de timón; Antología poética, Monte Ávila editores, 1998, pág. 46)
“Yo concebí y ejecuté el proyecto de avecindarme en otra ciudad más internada y a salvo. Tomé el niño en brazos y atravesé la sabana inficionada por los efluvios de la marisma” (“El Emigrado” ob.cit. pág. 122)
“Yo cavilaba a orillas del lago estéril, delante del palacio de mármol” (“El Mensajero”, pág. 90)
Este incesante proceso fabulador contiene y le otorga -al decir de Montejo- “a un creador en posesión de una cultura como la suya, la más excitante libertad”.

Herbolario Primario
Lejos de acentuar su suntuosidad en el lenguaje y otorgar énfasis casi hiperbóreo en sus imágenes y cavilaciones, Ramos Sucre  nos ofrece algo que va más allá de su apuntaciones; Son las “claves de sus signos” las que han pasado a la posteridad y las que, de una manera tardía, han sido estudiadas por todos aquellos que se han aventurado a navegar en estas aguas turbulentas y profundas. De manera que, este lenguaje consumado, este énfasis notorio en sus adjetivaciones exóticas e inusitadas, es lo que produjo incertidumbre en su tiempo y debió “hacerse inaudito al momento de su aparición” como nos acota  Montejo. El, ciertamente, avanzó a pasos agigantados en la búsqueda de un ritmo, de un aliento propio. De esa “horma a trazos elípticos” con que nos dibujó su pensamiento, parafraseando al poeta Montejo. En una visión cosmogónica y suntuosa del verbo creador, Ramos sucre se consagró a la palabra en su “contenido nuclear” es decir, en su órbita y ritmo interior. En su poema “Vestigio”, el último de su libro “La torre de Timón” leemos: “Vestías de azul y blanco, los colores de la ola momentánea; y tus ojos, de mirada atónita y lejana, compendiaban un nostalgioso panorama oceánico. Yo celebraba tu belleza alba y taciturna de pájaro boreal”.  Dentro de este tratamiento a la palabra liberándola de si quicio pragmático, Ramos Sucre suprimió-como bien lo han acotado Sucre y Montejo- el qué relativo con lo que dotó a sus frases de un tono elíptico, profuso y de ritmo reverberante. Otra de las características singulares de su prosa poética (¿hay que recordarlo?) fue la acentuación del “yo” con valor tónico-como lo indica el poeta Montejo- un recurso que realza el brillo de comunicación expansiva de su obra.
En poesía y, sobre todo en poesía simbólica, “nada vale ser dicho sino lo indecible, es por eso que uno cuenta tanto con lo que sucede entre líneas” como nos advierte Silva Estrada en un ensayo suyo sobre la obra del “artesano del silencio” Pierre Reverdy. Más adelante  el autor de “la unidad en fuga” nos comenta que “el espacio del poema no es el espacio cuantitativo que ocupan los versos sobre la página y entres sus blancos (...) es un espacio-otro: ese que se prolonga en la imaginación y la memoria del lector” Esto debió ser una obsesión para Ramos Sucre, pues sus poemas nos llevan a esa “zona herbolaria” en la cual, ciertamente, nos sentimos permanentemente exhaustos y perdidos, aunque iluminados e iniciados en un rito que se consagra en el tiempo y en la memoria de su ficciones y abismos.

viernes, 22 de junio de 2012

El gran concierto






El gran concierto

                                                                  Por: Alfonso Solano

Era otoño. Los aires del norte silbaban hasta el sur del estío, en donde su melodía indemne y tímida atravesaba el valle frío y sonriente que recibía con agrado las primeras hojas secas de la temporada. La corte de Köthen, estaba situada en una amplia calzada, vitoreada por una fila de abedules que hacían las veces de damas cortesanas vigilantes. Aunque de confesión y estructura calvinista (austeros en prodigios musicales y estrictos en lo eclesiástico) el joven príncipe se aventuraba con decidida emoción a demostrar su enorme interés en obras no sacras de los grandes maestros del barroco, aunque su presupuesto fuera más bien modesto. El maestro de la corte, lo fustigaba con complejas armonías, ejercitando a su discípulo con complejos desarrollos lejos, de la secular cantata y los repertorios religiosos. Nada musical le era ajeno al Kapellmeister, y el joven príncipe debía sortear, no sin esmerado esfuerzo, grandes desafíos en su desempeño como violinista. Su poco apego a los rigores cortesanos le permitía permearse entre la multitud de músicos que solían agruparse los domingos por las tardes, al caer el ocaso, para ejecutar obras diversas y algunas de ellas, incluso, inéditas para el oído atento del príncipe. El maestro de la corte le saludaba, con un gesto elegante de su cabeza, cuando tocaba el clavecín acompañando a los solistas de la noche. Esto, sin duda, lo acercó de manera prodigiosa al gran compositor que trabó con el una amistad cercana y segura, lejos de los convencionalismos de la real corte.
Al fin llegó el gran día en que el príncipe debía probar su talento ante la noble audiencia que esperaba impaciente en el gran salón imperial. Leopold, bajaba con lentitud meridiana, los largos escalones en forma de caracol que terminaban en la gran sala. El Kapellmeister ya había hecho la presentación previa del joven intérprete. De pronto, con un temblor que le subió por la pierna derecha y le llegó a la clavícula, el joven príncipe perdió el equilibrio y se precipitó, franco y redondo, sobre los peldaños de mármol rodando estrepitoso por los largos escalones. Justo en ese instante, Julio despertó de su sueño, sudoroso y excitado. Hubiese querido, realmente, que el gran maestre de Eisenach, le hubiere escuchado tocando su violín en el debut de su gran concierto.

miércoles, 30 de mayo de 2012

La Estética de la Ironía en Poética del Desatino de Alberto Hernández.

“No podemos emplear con madurez el lenguaje hasta tanto no nos sintamos espontáneamente a gusto en la ironía”
Kenneth Burke.

Por: Alfonso Solano






I
En la creación literaria, el poeta , al igual que el filósofo, es polemista por excelencia. Su visión y sus sentencias son una clara exhortación por encender una verdad oculta o solapada que, en su momento de interiorización, vale decir aforístico, cobra un brillo enceguecedor inusitado. El arte del aforismo al ser abordado por un poeta lo obliga, por condición adjunta, a ser un “ apóstol del pesimismo de la fuerza” entendiéndose aquí la fuerza como ente generador de vigor y no como una capacidad aplastante como bien nos acota Nietzsche en su polémica obra, por demás, conocida como“ EL Anticristo” (1). No obstante en Poética del desatino-Aforismos- (Ediciones Estival, primera edición, septiembre 2010) del poeta y periodista Alberto Hernández persiste, a lo largo de sus reflexiones e invocaciones, una voluntad de la Ironía vista desde la perspectiva de una dialéctica de la poiesis para afianzar un efecto estético que el mismo poeta perpetua con su verbo encendido y su brillante lucidez intelectual. Sin embargo, el enfoque irónico en esta poética subyace en su fruto oculto, en su verdad ingente, esa que nos acicatea y nos hace mirar adentro; la misma que no sólo contempla la razón  sino el espíritu en toda mente humana despierta e iluminada. “Algunas ironías se escriben para ser entendidas y la mayoría de los lectores lo lamentarán cuando no consigan entenderlas”, como bien nos advierte el catedrático e investigador Inglés Wayne C. Booth en su libro “Retórica de la Ironía” (Ediciones Altea, Taurus y Alfaguara S.A.Madrid, 1986). Más tarde, en la misma obra, el autor acota con asistida razón, que también la ironía “Es un término que puede representar una cualidad o don del hablante o el escritor de algo que pertenece a la obra y de algo que le sucede al lector u oyente” (Ob.cit.pág.14). Para este inminente catedrático de la universidad de Oxford, de todos los autores que han abordado este espinoso tema, el que mejor enfoca el asunto-según su opinión- en todas sus perspectivas es el filósofo de origen danés Soren Kierkegaard. En efecto, para este célebre filósofo padre de la corriente existencialista y autor, entre otras, de la obra: El Concepto de la Ironía(2), todos los tópicos y conceptos abstractos de una idea tienen una vida propia. Una dialéctica implícita, vale decir. Al igual que en poética del desatino de Alberto Hernández en donde estas ideas van esbozando una especie de realidad autónoma, al margen de sus citas, inflexiones e implicaciones históricas, siempre con una ironía per se  que precede al sentido. La “idea” en esta poética se hace un hecho, una vivencia, en la medida que el lector pueda navegar entre sus líneas y frases y, de esta manera, pueda asir su verdad intrínseca. El mismo poeta no los hace ver en sus “demiúrgicas”: “Esta palabra es la única que tengo. Vivo para que nadie sea mi asesino: los pasos que me siguen son los míos. Esta sombra me es ajena” (pag.76).




II

Hay sobresaltos, una unidad en fuga, parafraseando al poeta A.S. Estrada, en ciertos pasajes de este libro que dirigen sus pasos por las sendas de la luz primaria de la certidumbre. En el capítulo intitulado: Iluminaciones leemos, en clara alusión al verbo del enfant terrible Rimbaud, una reflexión acróstica sobre aquel célebre axioma de piel ontológica y pies desgarbados que dice: “Venimos de la noche y hacía la noche vamos”. Sin embargo el poeta nos pulsa y nos interroga con una voz irónica, cubierta con la nieve de la lucidez: “Y aunque hacía la noche vamos, ¿Quién puede asegurar que la muerte es la única luz que le abre los ojos a los que se creen inmortales? Esto nos lleva a la prognosis del texto de Nietzsche en su libro El Anticristo-antes citado- donde ésta y otras cuestiones de la inmortalidad del hombre, unidas a la fatalidad del vivir, permutan “la constancia en los tropiezos” y  nos niegan la mas terrible de las luces que “nos ciega en la salida”. En este texto se puede leer en el aforismo Nº 13 lo siguiente: “ Apreciemos cabalmente el hecho de que nosotros mismos, los espíritus libres, somos ya una transmutación de todos los valores, una viviente y triunfante declaración de guerra a todos los antiguos conceptos de “verdadero” y “falso”(…)”



III

En poética del desatino existe una voluntad aforística, producto no de la confrontación o la interlocución directa con autores, pensadores y corrientes literarias, mas bien lo que predomina es un debate con la voluntad misma del verbo-pensamiento donde el poeta Hernández lo confronta, lo pone en evidencia en sus propias imprecaciones implícitas, en sus propias paradojas. En este sentido es contrario a lo que, desde hace algún tiempo, ha venido ensayando el gran poeta venezolano Rafael Cadenas en lo que el mismo ha llamado “Contestaciones”. Cadenas, al contrario de Hernández, “toma de él unos versos o un poema breve, o una frase célebre de un autor como si le estuvieran dirigidos a él y los contesta, ampliando y rebatiendo su contexto” (3). En poética del desatino, por el contrario, los vértigos, las fábulas, los ajustes de cuentas, las sospechas, los adjetivos, la estética de la soledad, las iluminaciones, las paradojas, las limitaciones y los sueños, y otras reflexiones por el estilo denominados así por el propio autor, son una retórica lingüística que reafirma una voluntad del pensar; una voluntad del reflexionar, del filosofar en un espacio y tiempo que comulga con el espíritu de nuestra realidad moderna; son como una especie de hermenéutica  de la intertextualidad donde los signos del silencio y de la brevedad, de lo desasido y lo permanente son , a su vez, un encuentro profano con el despropósito carnal de nombrar lo inasible, el de caminar por círculos concéntricos en terrenos movedizos, no sin antes sentir el vértigo del suicida. Lo cual es completamente comprensible desde las alturas en donde nos encontramos casi por azar, a la hora de abordar los abismos insondables por donde nos conducen estas inflexiones, estas reflexiones que, en vez de desatinar, más bien atinan en una dirección clara y afanosa que persuade el espíritu y afina, en cierto modo, nuestro goce estético, espiritual e intelectual.

Evocando misterios y convocando voces afines, el poeta Hernández  nos recuerda que “un rasgo peculiar define a quien escribe desde la contemplación del tiempo, desde sus humedades” (pág.61) Nociones y fruiciones que nos acercan, sin duda, a un universo de imágenes y evocaciones cercanas a la transmutación de palabras, verbos, lenguajes, siempre rompiendo el silencio oscuro del sentido, siempre tocando la esfera infinita de la otredad contigua. Esta poética del desatino transmutará por fortuna, en el porvenir de su misteriosa razón de vida. El poeta pide su revelación en el lenguaje, y la libertad de este será siempre obedecer a este llamado del ser.


Notas

1.    F. Nietzsche. El Anticristo. Editorial Edaf, Madrid. 1985.
2.    Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates (en danés: Om BegrebetIr onimedstadigt Hensyntil Socrates). Es la tesis universitaria de Soren Kierkegaard, la cual entregó en 1841. Esta tesis es la culminación de tres años de extenso estudio de Sócrates, desde los puntos de vista de Jenofonte, Aristófanes  y Platón.
3.    Artículo aparecido en el diario Tal cual en el suplemento dominical “Literales”, 27 de Febrero de 2011, pág. 14.

jueves, 17 de mayo de 2012

La caricia literaria en Koko de Marina Sandoval


 Saludos, apreciados lectores. Hace pocos días  se bautizó, en el espacio de la Librería Kalathos de la ciudad de Caracas, el libro de relatos infantiles KOKO de la escritora y amiga Marina Sandoval. La presentación del mencionado texto-con fotografías de este servidor- estuvo a cargo de la profesora e investigadora Julia E. Rial. Reproducimos a continuación el mismo que sirvió de antesala para una tarde llena de regocijos, alegrías y encuentros, compartidas al fragor del afecto de los amigos cercanos.

 
La caricia literaria  en Koko de Marina Sandoval
                                                                                           
                                                                            Por: Julia Elena Rial




 Desde el antiguo Egipto donde las plumas de avestruz adornaban las cabezas de diosas y faraones y equilibraban, por su liviandad, el peso del corazón en la balanza que decidía el destino eterno de los muertos, hasta el pueblo de Caicara, bañado por las aguas  ya no del Nilo sino del Orinoco, los avestruces han conservado, perennes e inmutables, los ritos cotidianos que Marina Sandoval  recrea en su libro Koko  que hoy presentamos.
Las palabras se tornan en blandura cuando de hablar a niños se trata. Toques sencillos, pinceladas de mirada cariñosa, son el ornamento del lenguaje con que la escritora relata los principales pasajes de la vida cotidiana de sus protagonistas. Marina reemplaza la careta humana por la caricia literaria zoológica para que el avestruz no sea mímesis del hombre sino expresión de su auténtico vivir, en sintonía con su primitiva simplicidad. La escritora aborda la aventura de escribir con el ritmo acompasado de las aves, las cuales expresan, en las imágenes artísticas del fotógrafo Alfonso Solano sus regodeos y brillantes plumajes. Solano interviene el lenguaje a través de la forma y el color, libre de tutelas para que las aves manifiesten su actividad y dinamismo; en Koko las imágenes emulsionan la palabra.
            Si en la antigua Mesopotamia los avestruces eran portadores de igualdad y justicia, hoy Koko nos ofrece la armonía en la rutina de esa aves milenarias, a través de un recorrido por los hitos más  significativos de su diario vivir,  expresados en  las metáforas verbo-visuales  de las páginas a color,  donde las danzas ancestrales parecen envueltas, como relata Marina, por la marcha nupcial de Mendelssohn. Leemos la gracia escritural de quien disfruta lo que expresa, una fábula que exalta los sentimientos primarios de las aves con la minucia de la ternura. En ese sincretismo entre realismo y espiritualidad Marina enseña a descifrar la elocuencia de la naturaleza y a fraternizar con ella, creando  sugerencias en su subjetivismo para acomodar ave, paisaje y lector niño en un punto de la fantasía provista por la realidad.
            Ya en el libro Hilos de emoción la autora mostró su destreza narrativa para manejar materiales  ingenuos sin caer en la puerilidad; aflora en sus libros el asertivo atemporal, lúdico, que es parte del existir infantil. Koko esconde entre sus páginas, no sólo el espíritu de observación rápida y analítica de su creadora, sino también las fuerzas puras, sin malicia,  referidas en los colores y brillo del plumaje, en el bailoteo de primitiva seducción, en la expresión de lo real, en un mundo animal inmutable desde la antigüedad. Ese interés por abordar aquello que el tiempo no ha destruido deja de ser un retazo de frías especulaciones científicas para aflorar  en atractivas páginas, que, por encima de juicios teóricos, evidencian la mirada de reposo, sin temores que Marina Sandoval vuelca sobre la armonía de los perennes avestruces.
            Tal vez relatar el aire de paz, la atmósfera de levedad, la ternura en la rutina del apareamiento, no sólo sean cualidades  expresadas en afán de sublimar lo cotidiano, pueden representar el ímpetu que necesita la vida para vencer el tiempo, reencontrarse con la realidad virgen de los primeros días del mundo cuando la fuerza y el trabajo no implicaban fatiga. Por eso este libro lo leerán los niños paladeando las palabras reales y verdaderas con sabor de misterio, jugando con los avestruces. Lo decía Unamuno en Recuerdos de niño y mocedad: “Acaso no haya concepción más honda de la vida que la intuición del niño, que al fijar su vista en el vestido de las cosas, sin intentar desnudarlas, ve todo lo que las cosas encierran…Siente el misterio total y eterno, que es la más clara luz, toma la vida en juego y la creación en cosmorama” (p.128).

Bibliografía
Robledo Casanova, Ildefonso. http//www.egiptologia.com/religiony mitología/63-estudios-sobreelhombreyelmundoenel-antiguoegipto
Unamuno, Miguel de. (1982) Recuerdos de niñez y mocedad. Madrid: Espasa- Calpe

lunes, 2 de abril de 2012

EL ÚLTIMO BRINDIS

En esta nueva entrega de nuestra columna ¨A tres voces¨ tenemos el honor de publicar un fresco y elegante  texto de  nuestro estimado poeta y amigo Alberto Hernández, quien no requiere de mayores presentaciones en el ámbito cultural venezolano. Es una reconocida figura del quehacer intelectual en nuestro país. Poeta, narrador y periodista de dilatada trayectoria. Cuenta de ello dan las numerosas publicaciones, entre las que suman poemas, ensayos, cuentos, crónicas. Hace unos  meses atrás tuve el honor de ser, entre otros amigos escritores, uno de los presentadores de su libro de poemas y aforismos "Poética del desatino", publicado por ediciones Estival. Damos la bienvenida a este espacio interactivo a nuestro entrañable poeta y amigo, quien hoy nos hace viajar a través de la memoria de imagenes-palabras de Anna Ajmátova, una de las voces fundamentales del itinerario poético contemporáneo.





“EL ÚLTIMO BRINDIS”

                                                                                                                 
 -Alberto Hernández-

                                                                                  

 

I

 No recuerdo en qué lugar del espíritu, en qué librería mexicana, me tropecé con el poema. Lo cierto es que allí estaba la Ana Ajmátova de “El último brindis”, religiosamente silenciosa, traída a mis manos por la traducción de José Luis Reina Palazón.
Un día, hace algunos años, nos vimos en el mismo espejo con esta poeta rusa, maltratada por el régimen soviético. Traducida para La liebre libre por Belén Ojeda, dejé correr estas palabras en nota hecha parte de un libro: “Un voz densa contiene el dolor. Un aliento apagado surte de silencio el espacio donde el llanto se apoca. Anna Ajmátova, desconocida y alejada, ruda y tierna, en medio de una endemoniada persecución...”. Nada ha cambiado desde aquella primera lectura, sólo que esta vez la traducción de Reina le da a la impresión del lector cierta aspereza que lo vuelca un poco más hacia la autora, toda vez que revela el clima de quien sufrió los rigores de un largo proceso revolucionario que terminó –como todos- en el hostigamiento, la tortura y la muerte.
El poema, abrigado por la primera persona, abunda en detalles de una vida que conoció el frío de las estepas y la desolación del destierro.
                                              Yo brindo por la casa arruinada,
                                              por la vida que sufrí,
                                              por la soledad a dos llevada,
                                              y también por ti-

                                             
                                              por la mentira de labios 
                                              traicioneros,
                                              por tus ojos fríos de muerte,
                                              por el mundo cruel y grosero,
                                              por Dios que no asignó la suerte.

                                                                                    

 

 

II

 Ajmátova escribió siempre en tono de despedida. La marca de este poema le asigna el reclamo a quien también formó parte de la traición, del olvido y la lejanía. Por eso no es fácil leer el dolor, y mucho menos el que suma el abandono de Dios, el tratamiento “cruel y grosero” del mundo. En este poema se resume el universo poético, la vida, de esta mujer que lo vivió y lo murió todo.
Perseguida por el estalinismo más feroz, formó equipo de sufrimiento con Ossip Mandelstam y Boris Pasternak. Los que la leímos hace años, lamentamos no haberlo hecho antes, pero la poesía clandestina soviética era eso, un sonido congelado en su propio eco por la mano férrea de una dictadura tan estúpida como proletariamente mentirosa. Los “ojos fríos de muerte” eran también la mirada de las estatuas donde reposaba el crimen del “padrecito” Josef Stalin.
Nacida en Odessa en 1889 con el nombre de Ana Andreievna Gorenko, publicó su primer poemario a los 23 años con el título de La tarde. Arrastrada a la maldición por la mirada permanente del “big brother”, su marido, el poeta Gumilev, fue acusado de contrarrevolucionario y pasado por las armas. Muchos de sus colegas de letras y amigos sufrieron la purga desatada por la “Gran Revolución de Octubre”. Los gulags se alimentaron de una carne demasiado sensible. En el año 38 del siglo que le tocó lacerarse, su hijo fue llevado a la cárcel. El frío de Leningrado supo de la espera de diecisiete meses al frente de la ergástula donde Lev sufrió el odio de un sistema terriblemente opresivo. En 1963 aparece en público el libro Réquiem, que contiene el poema “El último brindis”, donde vemos la razón de tanto dolor. Ese mismo año le fue concedido el Premio Internacional de Literatura.
“Yo brindo por la casa arruinada”. El país –su país- era esa casa, acosada por las garras de un poder sin sentido.
Cerca de la capital, en Domodedovo, muere Ajmátova en 1966. Su espíritu comenzó a recorrer el mundo, para disgusto de los dinosaurios de aquel proceso que terminó en un montón de palabras vacías, de seres humanos destruidos.
Este brindis, tan amargo como esperanzador por lo que lleva de fiesta (sólo por el trago de licor), se nos acerca mucho. Nos hace cómplices de “la vida que sufrí”, y nos arrastra hasta la orilla donde la sangre se detuvo para no manchar las aguas de un río imaginario.
En esta hora de cielo encapotado, escribo esta nota para recordar a esta mujer que salvó parte de nuestro íntimo universo.   

miércoles, 28 de marzo de 2012

Cuentos breves de Alfonso Solano

Estos cuentos salieron publicados en el suplemento cultural ¨Contenido¨que publica el diario el Periodiquito de la ciudad de Maracay en Venezuela y que es coordinado y dirigido por mi amigo el poeta, periodista y cronista Alberto Hernández.



I
The Vamp
Me quedé dormido por un instante. Soñé que era un vampiro y vagaba por la noche solitaria acechando a posibles victimas. Al despertar, sentí el gusto salado y amargo de la sangre en mi paladar. En mi cama, justo a mi lado, yacía boca arriba con los labios entreabiertos, la victima con dos puntos rojos cerca de su vena yugular. Era mi mujer.

II
Free Fall
El ángel bajó bruscamente. Se percató que caía estrepitosamente y descendía a una velocidad desconocida. De pronto,  sintió un ruido sordo que estremeció todo su cuerpo. Abrió sus ojos y se miró las manos. Se dio cuenta, que había perdido sus alas. Estaba en el mundo de los humanos.

III
El Amazonas
Existía un campo abierto, un gran campo sin horizonte. El ave que surcó los cielos, viajó al sur y desapareció delante de nuestra vista. Se escapó el rumor de los bosques. Sólo se escuchó el tímido viento, silbando sobre nuestros rostros. La selva había desaparecido.

IV
Impasse
Estaba sorprendido. Me encontraba incólume sobre el tejado como una persona expuesta al disparo de una ametralladora, con las manos arriba, haciendo equilibrio. No pude sino tambalear en un vaivén tímido. Me quedé paralizado. Entonces, de pronto, la teja rodó y cayó estruendosa justo sobre la cabeza de mi vecino, que pasaba en ese instante a un lado de mi casa, para llevarme la cortadora de césped, que le había prestado una semana antes. Quedó tirado, como un bistec, en medio del jardín.

 V
Tiempo circular
Los rayos del sol se colaron por la ventana azul, iluminado toda la habitación. Era una mañana alegre y abierta, con aleteos breves de los insectos que zumbaban desde el jardín contiguo, en medio de las flores. Samuel se había despertado y, al dirigirse al baño para lavar su cara, justo al mirarse en el espejo, se encontró con la figura de un venerable, sereno y bajito anciano de 90 años.


VI
Sobre una historieta de Quino 1
Los novios habían llegado al final del camino; se estaban casando de velo y corona frente al gesto alegre y sorprendido de amigos, familiares y cercanos. Pero nunca sospecharon que la vieja y horonda cigüeña, estaba confesándole a soto voce, detrás del altar cubierto, el secreto de ellos al cura párroco de la iglesia que estaba a punto de iniciar la ceremonia.

VII
Sobre una historieta de Quino 2
Gustav, había arreglado escrupulosamente, el sofisticado aparato para grabar el canto trinado de la avecilla mañanera, que había convocado el día anterior. Espero impaciente a que el ave llegara a su ventana. La avecilla había llegado a la hora convenida. Encendió la consola, dirigió el micrófono y lo acercó sigiloso al menudo pico de la pequeña ave. Acto seguido, comenzó a grabar el repertorio abrumado que surgía de la garganta del mirlo de los campos. Se hizo un silencio,  y luego de súbito, se escuchó el truculento ruido de la patada soberana que propinó Gustav a la pequeña avecilla. De pronto, con la calma y la actitud flemática que caracteriza a los Ingleses, se sentó en su gran sillón acolchado y mullido, y comenzó a escuchar-fascinado- el producto de su grabación. Allí se quedó absorto en la música, toda la mañana. 

VIII
El Ilusionista
El niño caminaba, con paso seguro y apresurado, rumbo al pequeño pueblo de riberas en medio de un camino verde, y de pronto, como en una aparición, se topó con el viejo anciano que estaba sentado a la sombra de un enorme árbol, en medio del prado. El anciano, sin mediar palabras, lo miró profundo a sus ojos y extendió con un gesto elegante su brazo para obsequiarle una rosa amarilla, que había aparecido de la nada en la mano de aquel extraño hombre. De pronto la rosa flotó y se convirtió en una flauta de madera que desapareció volando en frente de el, a la medida que se alejaba de su vista. Y como en un sueño, todo el paisaje se fue desdibujando lentamente hasta que desapareció por completo, incluyendo al misterioso anciano. El niño se quedó sólo en medio de la nada.