El lirismo de Luz negra de François Migeot
“8000 demonios ocultos
Nos gritan que el insomnio
Es tierra de exilio, sin leopardos ni ríos”
Juan Sánchez Peláez.
Por: Alfonso Solano.
Pocas circunstancias en la vida en la que, efectivamente, nos encontramos desnudos ante nosotros mismos y acompañados de nuestros “demonios habituales” es comparable al misterio que nos produce lo nocturno, a esa embriaguez mágica lunar y a sus vínculos imaginarios y elusivos que nos evoca las tinieblas. La noche, con toda su carga de realidades oníricas y suprareales, ha sido desde tiempos inmemoriales, motivo y espacio de revelaciones secretas, alma y probidad de lo desasido, polvo de origen ultraterreno y compendio de los sueños que se revelan ante nuestro asombro y miedo. La nocturnidad, secreta y reveladora, ha fungido en casi todos los ámbitos de la literatura y del imaginario social, como una viuda triste y pesarosa que no cesa nunca de contarnos sus penas. Sin embargo, y a pesar de su presencia constante en la vorágine creativa de la vida, tanto de poetas como artistas de toda índole, carece de una historia oficial. Es materia desconocida en términos de estudios, precisamente porque se puede trazar una investigación de largo aliento en temas humanos diversos, pero procurar hacer los mismo con la noche, es tarea arduo difícil, por no decir improbable. No obstante su vacuidad historicista, ha sido en cambio, el tejido neural y la práctica alucinada del misterio irracional de todos los poetas contemporáneos desde que surgió, como es sabido, de las fuentes prodigiosas de la frisson nouveau a la que Víctor Hugo aludía refiriéndose a los poetas malditos. Y es precisamente un francés, discreto y elegante, llamado Francois Migeot quien aborda este “eclipse” que difunde las tinieblas cuando las palabras se nos revelan con todo su halo de misterio:
Noche
boca apagada
una multitud corre sin cabeza
en los pasillos alumbrados
del alma
Uno se pierde en sí mismo
quimera de imágenes
balsa de palabras.
La noche, como sustancia generadora de silencios y resplandores, está presente en toda la obra poética de este francés espigado y discreto y discurre con todo su caudal, especialmente en el poemario Formes de la nuit (formas de la noche) que está incluido en la antología poética que publicara Monte Ávila en mayo de este año. En él advertimos una virtud particular: la condición nocturna como la constatación de un viaje hacía lo más profundo del alma humana. Un inside revelador, en todo el sentido que tiene este término inglés. Migeot nos revela sus visiones nocturnales y nos hace cómplice de su abandono:
Velando
en sus mechas hechas de insomnio
nos quemamos
aclaramos
acechamos la salida de los aparecidos
para el vuelo nocturno
de los pájaros hechos de mano.
El “vuelo nocturno de los pájaros hechos de mano” hermosa visión del laberinto de soledad en el que todos los hombres nos encontramos en nuestra existencia. En la realidad de los días que pasan desaparecidos entre dos luces, los caminos, ciertamente, nos persiguen adentro. Son en definitiva esa verdad constante en la que las visiones nocturnas se nos tornan agobiantes y en las que se nos revela la sustancia de lo inasible, como nos dice lúcidamente Octavio Paz: “El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a si mismo se siente como carencia de otro, como soledad”. Nada más cierto en la experiencia surgida del silencio de las palabras que Migeot asoma con toda desmesura en la oscuridad de sus versos:
Rostro
barca
uno deriva
solo en si mismo
cada día un brazo muerto
Y naufragar
sin ni siquiera
reconocerse
y ya el mundo guarda lentamente
las sombras para la huida.
Y luego, en el abismo que separa los dos mundos, la dialéctica del alma discurre por caminos insospechados:
(…) La colina se arrodilla
y baja los ojos
Luego la noche entreabierta
detrás de la esperanza
en el movimiento de la cortina.
De igual manera, la noche engendra a la amada desconocida y la convoca para los rituales secretos compartidos en la memoria de los tiempos:
Escuchar (…)
El bastón de ese corazón
Que marcha
Como un ciego
A tientas
En las carnes
Al encuentro del tuyo.
La noche es convocada aquí, con el aroma aciago del cuerpo ajeno que se anhela y se respira. Sin él la noche moriría, como nos recuerda Juan Carlos Santaella en su lúcido ensayo Breve tratado de la noche: “Sin la noche, el amor sucumbiría, dejaría de ser “la libre elección del vértigo”… porque no hay experiencia amorosa que no surja de las incandescencias nocturnas, de los resplandores furtivos de la oscuridad”. Es, en efecto, la evocación nocturna del deseo que se vuelca con toda su carga impetuosa en medio de los versos. En otros, sucumbe ante las visiones de un avatar desolado, abandonado en medio de la luna:
Tregua
antes del regreso de la calle
de la marcha sobre el polvo de la ciudad (…)
antes del duelo del mundo
que uno clava paso a paso
esperando durar (…)
La realidad constante y sin duda elusiva que produce la noche en medio de nuestra soledad, alimenta prodigiosamente una verdad resonante que persiste en la palabra: el sueño. Gastón Bachelard no los recuerda en una aguda reflexión: “La ensoñación de un soñador alcanza para hacer soñar a todo un universo. El descanso del soñador basta para dar reposo a las aguas, a las nubes, al viento”. Este viaje, nos dice Santaella “suele hacerse bajo la supervisión estricta de la noche y nos conduce hacía una zona atemporal, donde la realidad cobra una doble significación: La de la sombra y el misterio…” Misterio no revelado que hunde sus garras para hacernos revelación: “Luego del derrumbe de palabras, debajo de las conciencias, pedregal de imágenes, desprendido de la víspera, uno palpa las paredes del momento y busca una puerta por donde pasar…” Al final del día, estas evocaciones nocturnales nos conducen hacía “la serena clarividencia” y siembra en nuestras almas el misterio del clamor por la huida, que se complementa con la muerte, el nuevo nacimiento hacía una otredad desconocida e ineludible. François Migeot, con este lúcido poemario, no los recordará para siempre.
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