miércoles, 28 de marzo de 2012

Cuentos breves de Alfonso Solano

Estos cuentos salieron publicados en el suplemento cultural ¨Contenido¨que publica el diario el Periodiquito de la ciudad de Maracay en Venezuela y que es coordinado y dirigido por mi amigo el poeta, periodista y cronista Alberto Hernández.



I
The Vamp
Me quedé dormido por un instante. Soñé que era un vampiro y vagaba por la noche solitaria acechando a posibles victimas. Al despertar, sentí el gusto salado y amargo de la sangre en mi paladar. En mi cama, justo a mi lado, yacía boca arriba con los labios entreabiertos, la victima con dos puntos rojos cerca de su vena yugular. Era mi mujer.

II
Free Fall
El ángel bajó bruscamente. Se percató que caía estrepitosamente y descendía a una velocidad desconocida. De pronto,  sintió un ruido sordo que estremeció todo su cuerpo. Abrió sus ojos y se miró las manos. Se dio cuenta, que había perdido sus alas. Estaba en el mundo de los humanos.

III
El Amazonas
Existía un campo abierto, un gran campo sin horizonte. El ave que surcó los cielos, viajó al sur y desapareció delante de nuestra vista. Se escapó el rumor de los bosques. Sólo se escuchó el tímido viento, silbando sobre nuestros rostros. La selva había desaparecido.

IV
Impasse
Estaba sorprendido. Me encontraba incólume sobre el tejado como una persona expuesta al disparo de una ametralladora, con las manos arriba, haciendo equilibrio. No pude sino tambalear en un vaivén tímido. Me quedé paralizado. Entonces, de pronto, la teja rodó y cayó estruendosa justo sobre la cabeza de mi vecino, que pasaba en ese instante a un lado de mi casa, para llevarme la cortadora de césped, que le había prestado una semana antes. Quedó tirado, como un bistec, en medio del jardín.

 V
Tiempo circular
Los rayos del sol se colaron por la ventana azul, iluminado toda la habitación. Era una mañana alegre y abierta, con aleteos breves de los insectos que zumbaban desde el jardín contiguo, en medio de las flores. Samuel se había despertado y, al dirigirse al baño para lavar su cara, justo al mirarse en el espejo, se encontró con la figura de un venerable, sereno y bajito anciano de 90 años.


VI
Sobre una historieta de Quino 1
Los novios habían llegado al final del camino; se estaban casando de velo y corona frente al gesto alegre y sorprendido de amigos, familiares y cercanos. Pero nunca sospecharon que la vieja y horonda cigüeña, estaba confesándole a soto voce, detrás del altar cubierto, el secreto de ellos al cura párroco de la iglesia que estaba a punto de iniciar la ceremonia.

VII
Sobre una historieta de Quino 2
Gustav, había arreglado escrupulosamente, el sofisticado aparato para grabar el canto trinado de la avecilla mañanera, que había convocado el día anterior. Espero impaciente a que el ave llegara a su ventana. La avecilla había llegado a la hora convenida. Encendió la consola, dirigió el micrófono y lo acercó sigiloso al menudo pico de la pequeña ave. Acto seguido, comenzó a grabar el repertorio abrumado que surgía de la garganta del mirlo de los campos. Se hizo un silencio,  y luego de súbito, se escuchó el truculento ruido de la patada soberana que propinó Gustav a la pequeña avecilla. De pronto, con la calma y la actitud flemática que caracteriza a los Ingleses, se sentó en su gran sillón acolchado y mullido, y comenzó a escuchar-fascinado- el producto de su grabación. Allí se quedó absorto en la música, toda la mañana. 

VIII
El Ilusionista
El niño caminaba, con paso seguro y apresurado, rumbo al pequeño pueblo de riberas en medio de un camino verde, y de pronto, como en una aparición, se topó con el viejo anciano que estaba sentado a la sombra de un enorme árbol, en medio del prado. El anciano, sin mediar palabras, lo miró profundo a sus ojos y extendió con un gesto elegante su brazo para obsequiarle una rosa amarilla, que había aparecido de la nada en la mano de aquel extraño hombre. De pronto la rosa flotó y se convirtió en una flauta de madera que desapareció volando en frente de el, a la medida que se alejaba de su vista. Y como en un sueño, todo el paisaje se fue desdibujando lentamente hasta que desapareció por completo, incluyendo al misterioso anciano. El niño se quedó sólo en medio de la nada.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Locura y Literatura

Continuando con el ciclo " A tres Voces" tenemos en esta oportunidad, la colaboración de nuestra amiga la escritora y psicólogo Marina Sandoval, quien en esta oportunidad nos entrega un interesante artículo titulado: Locura y Literatura. Esperamos, como siempre, que lo disfruten!



Locura y Literatura
                                                                                          
                                                                Por: Marina Sandoval

“El verdadero loco, porque no finge, comparte realmente un dominio con el artista: el de la ruptura. Pero la ruptura del artista es un sostén y un momento de su genio, el del loco es una prisión”
                        André Malraux (las voces del Silencio)

Se afirma con frecuencia la relación existente entre la locura y las artes. Evidentemente que la hay, pero no es una relación de causalidad, sino de casualidad. No se llega  a la locura por ser artista, ni el camino del arte conduce a la locura. Todas las biografías evocan la independencia de los grandes creadores, que se rebelan contra el orden social y se retiran del mundo para refugiarse en el exilio de la creación. El creador es un ser profundamente asocial, que desafía las convenciones, lo que hace que con frecuencia se le considere un loco; puesto que la locura se acerca a la insumisión.
Es probable que el yo creador, nazca de una problemática esencialmente depresiva, pudiendo la creación actuar de manera reparadora en ese yo. “Repercusión reparadora que en realidad es el modus operandi de la creatividad” (Phillipe Brenot). Compartiendo esta posición, Concepción Pérez Rojas sostiene, que la creación; lo mismo que magia y religiones, delirio y ciencia, tienen como motor fundamental la urgencia de la reparación del tiempo y el espacio del origen, la vuelta al estado paradisíaco.

La alternancia maníaco- depresiva ha sido evocada con referencia a numerosos creadores o personajes fuera de lo común, entre los cuales citaremos a Balzac, Auguste Comte, Lutero, Schumann,  Hemingway, Althusser, Gerard de Nerval, entre otros. El caso de Rimbaud, es emblemático y nos permite comprender la articulación entre creación artística y locura. En “Una temporada en el Infierno”, describe con gran lucidez esa toma de conciencia de sus innumerables alucinaciones y de la locura que lo acecha. Rimbaud, representa el fulgor y la precocidad, pero también la presencia de la locura y la huida preservadora. Escribe toda su obra entre los dieciséis y los diecinueve años, en el transcurso de los cuales tienen acceso a sus sentimientos más profundos e “inventa” la poesía moderna. En cuanto a Gerard de Nerval, la enfermedad acabó por imponerse. Pero la locura de Nerval era auténtica, y estaba tan unida a la escritura que no es posible disociar una de la otra. En plena locura, durante los dos últimos años de su vida, Nerval nos deja el sublime canto inacabado de Aurelia, donde describe con mucha precisión la euforia de la fase maníaca: “En ocasiones notaba mi fuerza redoblada: me parecía saberlo todo, comprenderlo todo, la imaginación me ofrecía deleites infinitos”. De acuerdo con Cirlot, en Nerval, la locura parece poseer un factor positivo, no sólo por la activación extraordinaria de las facultades “normales” del espíritu  y la angustia que obliga al escritor a dar de sí el máximo antes de la catástrofe final, sino también por el grado de unificación y de claridad de la llamada “Libertad Mental” con el que el autor expone sus vivencias, sean reales, imaginarias o demenciales.

En los dos casos mencionados anteriormente, queda evidenciado como la llamada “locura” activa el mecanismo reparador de la vivencia de lo trágico, siendo la escritura el elemento sanador, la vía terapéutica  que abre las puertas a la angustia contenida y no el germen de la enfermedad como se cree con frecuencia. Conciente de este poder sanador, la poeta argentina Alejandra Pizarnik, decía: “El quehacer poético implica exorcizar, conjurar y además reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura”.