Por: Alfonso Solano.
“La obra de Julio Cortázar es invasora de
pólipos, enjambre incontenible, transmigración de anguilas, pero también es
poliedro de cristal tallado, sextante, sistema planetario (…) es Free Jazz y
clave bien temperado." Saúl Yurkievich
Desde el pequeño barrio llamado Banfield, el
niño Julio podía vislumbrar, subido a las ramas de un vetusto y noble sauce, el
mundo transido y campestre que rodeaba la casa en donde creció y vivió hasta su
bien entrada adolescencia. Allí conoció sus primeros amores; los libros y la
música. Allí imaginó mundos, allí conoció los albores del contorno oculto de
las horas, allí sufrió penas y sudó alegrías. El joven Cortázar fue un prodigio
tanto en la lectura como en la escritura. A los 9 años escribió su primera
novela y a los 12 sus primeros poemas, con una gran influencia simbolista de su
admirado Edgar Allan Poe. Cortázar había leído la novela de Julio Verne-una de sus grandes
influencias- llamada: “"El secreto de Wilhelm
Storitz" que, curiosamente en vez de ser una novela de anticipación
científica, era una novela fantástica. La novela planteaba la historia de un
hombre invisible que luego-según narra el propio Cortázar en una entrevista- el
escritor H.G. Wells volvió célebre en una de sus historias. El joven Julio
quedó fascinado y conmovido por este relato porque “la presencia de un hombre
invisible me parecía totalmente posible, en las circunstancias de la novela”.
Emocionado, guardó el texto y lo llevó a la escuela en donde cursaba estudios
primarios para prestársela a un amigo que gustaba, al igual que él, de la buena
lectura. Julio esperaba que el amigo se maravillase tanto como él al leer la
novela. Pero no fue así. Dos días después, el chico se la devolvió
desdeñosamente alegando que era “demasiado fantástica”. “Y allí apareció la
palabrita” confiesa Julio Cortázar al periodista Joaquín Soler Serrano en una
entrevista que éste le hizo en los años setentas para su programa televisivo “A
Fondo”. “Ese día-continua narrando Cortázar a Soler Serrano- sin poder
racionalizarlo en mi ignorancia de niño, me di cuenta oscuramente que mi noción
de lo fantástico no tenía nada que ver con la noción de, por ejemplo, mi hermana o de mi madre (…) Descubrí, y era
un poco penoso, que yo me movía con naturalidad en el territorio de lo
fantástico sin distinguirlo demasiado de lo real”. Que le sucedieran cosas
fantásticas en los libros que devoraba con felina avidez, o que se le
aparecieran en su diario transitar, eran hechos que Cortázar asumía y admitía
“sin escándalo y sin protesta”. Esa visión mimética de los fenómenos ocurridos
en los intersticios de la vida cotidiana del joven Julio y su sensibilidad para
aprehenderlos sin juzgarlos, lo condujo, invariablemente, hacía la experiencia
de lo que el poeta y ensayista argentino Saúl Yurkievich llamaba “lo
teratológico”, es decir, de lo
fantástico atisbado en el ámbito de lo cotidiano. Cortázar admitía, en efecto,
que su “realidad” era una realidad “en
donde lo fantástico y lo real se entrecruzaban cotidianamente”.
El Sentimiento de lo Fantástico
Cortázar visitó nuestro país a mediados de
los años setentas, para dictar una conferencia sobre su obra en la Universidad Católica
Andrés Bello (U.C.A.B.). Allí departió, con su ingente erudición y su
proverbial humor, acerca del tema predilecto presente en la mayoría de su obra:
lo fantástico cotidiano. Como él mismo lo explicaba en tantas entrevistas que
le hicieron a lo largo de su vida, el problema estribaba en la definición que
daba “el cementerio de las letras”, es decir, el diccionario (como lo definió
el periodista J.S.Serrano). Una definición preceptiva que no satisfacía de
ningún modo al escritor de Rayuela.
Porque, como lo dijo en esa oportunidad “los elementos imponderables de lo
fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se escaparán de esa
definición”. Cortázar siempre vio el mundo de una manera distinta; sintió de
una forma continua que las leyes de la naturaleza no se cumplían del todo o lo
hacían de una manera discontinua, irregular, lo cual daba lugar a ciertas
excepciones. Ese sentimiento él lo definió como un “extrañamiento”. “Hay como
pequeños paréntesis en esa realidad-narra Cortázar a los estudiantes y
profesores presentes en la U.C .A.B.-
y es por ahí donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente
la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos
llamar lo fantástico”. Para el cronopio mayor, ese sentimiento estaba allí, a
cada paso, en cada recodo de la vida: “consiste en el hecho de que las pautas
de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio y todo lo que nuestra
inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible (…) se ve bruscamente
sacudido por una especie de viento interior que los desplaza y que los hace
cambiar”.
Precisamente de esta forma y desde Creta,
ciudad insular de la antigua Grecia, le llegó, por estos caminos desconocidos
de la “intranet espacial” o de “los cromosomas invisibles”, su relato-poema
llamado “los Reyes”. Cortázar cuenta a Soler serrano en la mencionada
entrevista, la situación insólita en la que “le llegó” tal poema
épico-mitológico: “La idea me nació en un colectivo cuando me trasladaba de
regreso a casa. De golpe me vino la presencia de algo que resultó ser pura
mitología griega”. Se trataba, en efecto, del mito clásico de Teseo y el
Minotauro. Lo curioso del asunto es que Cortázar lo vio y concibió al revés:
“yo vi en el minotauro a el poeta, al hombre libre, al hombre diferente y que
es el hombre al que “el sistema” encierra inmediatamente (el laberinto)(…)
Teseo en cambio es el perfecto defensor del orden; el entra allí(en el
laberinto) para hacerle el juego a “Minos” al Rey, es el gangster de aquel que
acude para matar a el poeta con todos los procedimientos de un perfecto
fachista”. “Ese relato-continua diciendo Cortázar- me lo dictó alguien, una voz
que no soy yo, quizá de un archi-abuelo mío nacido en Creta hace 300 años atrás
(…) incluso el lenguaje no es mío porque es muy suntuoso y yo no escribo de esa
manera…” Semejante visión del mito causó, como es bien conocido, la reacción
desfavorable de la “crítica especializada” que lo tildó de heterodoxo y
subversivo.
Lo fantástico encuentra un vehículo ideal y
propicio en la literatura y “su casa natural”-como lo decía Cortázar- es el
cuento. Los procedimientos de narración y experiencia “teratológica” en los
textos de éste, ocurren en un mundo al “modo mimético inferior” es decir, a la
mayor proximidad entre lo narrado y lo imaginado por el lector. De modo que
cuando el cronopio mayor escribía un cuento-de manera casi natural- siempre
era, invariablemente, un relato fantástico. Aunque para él, fueran narraciones
de la “obcecada y cruel” realidad. Julio Cortázar siempre miró el lado oculto de las cosas; rondó “el pulso
herido” de los objetos y las experiencias naturales extra-ordinarias de la
realidad cotidiana. Adoptó la otra vía: transitó los caminos de la otredad
invisible y nos descubrió un mundo donde, ciertamente como lo definió
Yurkievich, encarnó “todas las metamorfosis de ese genio proteiforme que
llamamos literatura”.