jueves, 16 de agosto de 2012

Julio Cortázar: Lo Fantástico Cotidiano



Por: Alfonso Solano.

La obra de Julio Cortázar es invasora de pólipos, enjambre incontenible, transmigración de anguilas, pero también es poliedro de cristal tallado, sextante, sistema planetario (…) es Free Jazz y clave bien temperado." Saúl Yurkievich


Desde el pequeño barrio llamado Banfield, el niño Julio podía vislumbrar, subido a las ramas de un vetusto y noble sauce, el mundo transido y campestre que rodeaba la casa en donde creció y vivió hasta su bien entrada adolescencia. Allí conoció sus primeros amores; los libros y la música. Allí imaginó mundos, allí conoció los albores del contorno oculto de las horas, allí sufrió penas y sudó alegrías. El joven Cortázar fue un prodigio tanto en la lectura como en la escritura. A los 9 años escribió su primera novela y a los 12 sus primeros poemas, con una gran influencia simbolista de su admirado Edgar Allan Poe. Cortázar había leído la novela  de Julio Verne-una de sus grandes influencias- llamada: “"El secreto de Wilhelm Storitz" que, curiosamente en vez de ser una novela de anticipación científica, era una novela fantástica. La novela planteaba la historia de un hombre invisible que luego-según narra el propio Cortázar en una entrevista- el escritor H.G. Wells volvió célebre en una de sus historias. El joven Julio quedó fascinado y conmovido por este relato porque “la presencia de un hombre invisible me parecía totalmente posible, en las circunstancias de la novela”. Emocionado, guardó el texto y lo llevó a la escuela en donde cursaba estudios primarios para prestársela a un amigo que gustaba, al igual que él, de la buena lectura. Julio esperaba que el amigo se maravillase tanto como él al leer la novela. Pero no fue así. Dos días después, el chico se la devolvió desdeñosamente alegando que era “demasiado fantástica”. “Y allí apareció la palabrita” confiesa Julio Cortázar al periodista Joaquín Soler Serrano en una entrevista que éste le hizo en los años setentas para su programa televisivo “A Fondo”. “Ese día-continua narrando Cortázar a Soler Serrano- sin poder racionalizarlo en mi ignorancia de niño, me di cuenta oscuramente que mi noción de lo fantástico no tenía nada que ver con la noción de, por ejemplo,  mi hermana o de mi madre (…) Descubrí, y era un poco penoso, que yo me movía con naturalidad en el territorio de lo fantástico sin distinguirlo demasiado de lo real”. Que le sucedieran cosas fantásticas en los libros que devoraba con felina avidez, o que se le aparecieran en su diario transitar, eran hechos que Cortázar asumía y admitía “sin escándalo y sin protesta”. Esa visión mimética de los fenómenos ocurridos en los intersticios de la vida cotidiana del joven Julio y su sensibilidad para aprehenderlos sin juzgarlos, lo condujo, invariablemente, hacía la experiencia de lo que el poeta y ensayista argentino Saúl Yurkievich llamaba “lo teratológico”, es decir,  de lo fantástico atisbado en el ámbito de lo cotidiano. Cortázar admitía, en efecto, que su “realidad”  era una realidad “en donde lo fantástico y lo real se entrecruzaban cotidianamente”.

El Sentimiento de lo Fantástico

Cortázar visitó nuestro país a mediados de los años setentas, para dictar una conferencia sobre su obra en la Universidad Católica Andrés Bello (U.C.A.B.). Allí departió, con su ingente erudición y su proverbial humor, acerca del tema predilecto presente en la mayoría de su obra: lo fantástico cotidiano. Como él mismo lo explicaba en tantas entrevistas que le hicieron a lo largo de su vida, el problema estribaba en la definición que daba “el cementerio de las letras”, es decir, el diccionario (como lo definió el periodista J.S.Serrano). Una definición preceptiva que no satisfacía de ningún modo al escritor de Rayuela. Porque, como lo dijo en esa oportunidad “los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se escaparán de esa definición”. Cortázar siempre vio el mundo de una manera distinta; sintió de una forma continua que las leyes de la naturaleza no se cumplían del todo o lo hacían de una manera discontinua, irregular, lo cual daba lugar a ciertas excepciones. Ese sentimiento él lo definió como un “extrañamiento”. “Hay como pequeños paréntesis en esa realidad-narra Cortázar a los estudiantes y profesores presentes en la U.C.A.B.- y es por ahí donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico”. Para el cronopio mayor, ese sentimiento estaba allí, a cada paso, en cada recodo de la vida: “consiste en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio y todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible (…) se ve bruscamente sacudido por una especie de viento interior que los desplaza y que los hace cambiar”.
Precisamente de esta forma y desde Creta, ciudad insular de la antigua Grecia, le llegó, por estos caminos desconocidos de la “intranet espacial” o de “los cromosomas invisibles”, su relato-poema llamado “los Reyes”. Cortázar cuenta a Soler serrano en la mencionada entrevista, la situación insólita en la que “le llegó” tal poema épico-mitológico: “La idea me nació en un colectivo cuando me trasladaba de regreso a casa. De golpe me vino la presencia de algo que resultó ser pura mitología griega”. Se trataba, en efecto, del mito clásico de Teseo y el Minotauro. Lo curioso del asunto es que Cortázar lo vio y concibió al revés: “yo vi en el minotauro a el poeta, al hombre libre, al hombre diferente y que es el hombre al que “el sistema” encierra inmediatamente (el laberinto)(…) Teseo en cambio es el perfecto defensor del orden; el entra allí(en el laberinto) para hacerle el juego a “Minos” al Rey, es el gangster de aquel que acude para matar a el poeta con todos los procedimientos de un perfecto fachista”. “Ese relato-continua diciendo Cortázar- me lo dictó alguien, una voz que no soy yo, quizá de un archi-abuelo mío nacido en Creta hace 300 años atrás (…) incluso el lenguaje no es mío porque es muy suntuoso y yo no escribo de esa manera…” Semejante visión del mito causó, como es bien conocido, la reacción desfavorable de la “crítica especializada” que lo tildó de heterodoxo y subversivo.
Lo fantástico encuentra un vehículo ideal y propicio en la literatura y “su casa natural”-como lo decía Cortázar- es el cuento. Los procedimientos de narración y experiencia “teratológica” en los textos de éste, ocurren en un mundo al “modo mimético inferior” es decir, a la mayor proximidad entre lo narrado y lo imaginado por el lector. De modo que cuando el cronopio mayor escribía un cuento-de manera casi natural- siempre era, invariablemente, un relato fantástico. Aunque para él, fueran narraciones de la “obcecada y cruel” realidad. Julio Cortázar siempre miró  el lado oculto de las cosas; rondó “el pulso herido” de los objetos y las experiencias naturales extra-ordinarias de la realidad cotidiana. Adoptó la otra vía: transitó los caminos de la otredad invisible y nos descubrió un mundo donde, ciertamente como lo definió Yurkievich, encarnó “todas las metamorfosis de ese genio proteiforme que llamamos literatura”.

lunes, 6 de agosto de 2012

Lucienne Silberg: el discreto y fugaz encanto de lo Innombrable





Por: Alfonso Solano.

En una noche calurosa y circular, como suelen ser aquellas lunas en donde la memoria se inserta en su laberinto, me dispuse a leer uno de los números de la curiosa e interesante revista de poesía “El Salmón” esfuerzo editorial de dos sagaces e inteligentes jóvenes de la nueva generación de poetas venezolanos emergentes: Santiago Acosta y Willy McKey. El número 6 de esta revista, que en esta oportunidad está dedicada al tema del Desvarío, contiene entre otras joyas, un curioso y brillante análisis escrito por el desaparecido y recordado  poeta y ensayista venezolano Juan Liscano sobre una mujer desconocida por la mayoría: Luciene Silberg. Venezolana, caraqueña nacida en el año de 1947 para mejores señas, a pesar de su afrancesado apellido, esta mujer misteriosa que poseía el antiguo y raro don de los genios en la palabra trasmutada, había viajado a mediados de los años setentas, específicamente en los primeros meses del año 1976,  a la ciudad  luz para estudiar Literatura, luego, al parecer, lo hizo también en Inglaterra. En la ciudad de Bretón se alistó en la conocida Universidad de La Sorbona para realizar su maestría de literatura angloamericana y Francesa, cuando de repente, como quien ve una estrella fugaz en el firmamento, falleció en septiembre de ese mismo año, tras padecer de una rara enfermedad que según el propio Liscano nunca fue diagnosticada de forma acertada. Liscano mantuvo cercana correspondencia con la poeta y en una  ocasión ésta le había comentado que deseaba “penetrar en su caja craneana para saber lo que recubre todos los ruidos de fondo y tratar de escribir redistribuyendo las palabras que no deben ser pronunciadas” (dixit). Esta extraña visión de la escritura daría en su breve “canto de cisne” unos poemas (7 en total) que se han convertido en el transcurrir del tiempo en una especie de “cáliz sagrado” para todo aquel que tenga el privilegio de navegar en sus laberintos infinitos donde todo lo soñado, todo lo imaginado, todo lo no pensado y lo que aún ni siquiera se ha pronunciado, se encuentra en su más pura forma de arte en la expresión poética. Sus poemas los escribió  todos  en la lengua de Flaubert,  y por lo que describe Liscano en su intenso y brillante ensayo, amplió y expandió  en su brevísima obra, las posibilidades insospechadas de este idioma. Como bien lo indica Liscano “en esa tarea de ampliar las fronteras del lenguaje francés han trabajado incansablemente generaciones de escritores, pero con Lucienne dicha tarea adquirió una premura de última voluntad”. Tan sorprendido y encandilado estaba el autor de “Myesis” y “Domicilios” que se sintió en la necesidad de escribir, a petición del preocupado  padre de la poeta, una misiva en donde no sólo elogia la escritura de Lucienne, sino que describe con una asombrosa capacidad de síntesis, los antecedentes de esta escritura y su valoración en los tiempos contemporáneos.


El Nombre del Nombre de lo impronunciable.

La poesía, como lo he dicho en reiteradas oportunidades, es el lugar de lo misterioso, de lo no-asido, de lo otro adviniendo en el yo, y en el río de las imágenes -muchas veces río intenso- que arrastra nociones y recuerdos, ese alter ego desvariado comienza a “hablar” a través del lenguaje.  No sólo se trata de una exploración consciente y dirigida de la morfología y la genealogía del lenguaje. No es sólo un mero “discurso proliferante” como lo dijo una vez el poeta Mario campaña. Es más bien la expresión  alucinada de la experiencia en el hacer poético, el “liminar sin reglamento” para descubrir una voz, una persona que habla a través de los otros sentidos, a través de la otra intimidad, que trasciende su lenguaje y lo coloca en el lugar de su mundo particular, en el lugar de su lengua homónima. Porque en los estados en que el alma se encuentra comprimida por los avatares del vivir, la lengua del poeta calla. Su otra “lengua” inicia el caótico viaje. “La poesía ya no representa ningún objeto; la poesía presenta un objeto único: el poema.” Nos confiesa el bardo Silva Estrada en uno de sus reveladores ensayos. Lucienne Silberg lo supo, lo sufrió en carne propia y lo trajo a la superficie en forma de inusitadas prosas y frases de un contenido tan mágico como delirante. La escritura de Lucienne está dotada de todo aquello que resulta de llevar a los extremos la experiencia del verbo y su resonancia interna. Lucienne  quemó- como bien lo dice Liscano- en un solo verso, en una sola línea, toda posible influencia de un autor. Ella se entregó, como ninguna, “a ese apocalipsis verbal sobrepasando modelos”. Y lo logró en un tiempo inusitadamente breve.

Tengo una lengua

La producción literaria de Lucienne Silberg es de una ascetada y brillante brevedad. Sólo se conocen 7 poemas*, algunos de ellos escritos en forma de prosa poética. Los poemas, como ya lo mencionamos, están escritos en francés. La traducción al español se debe a la diligente e ingente labor de Juan Liscano, quien los revisó y estudió a profundidad. Se sabe, en todas las esferas, que esta labor resulta comprometedora y reviste al quien lo hace de una especie de “paria en el calambur” lo cual no resulta del todo satisfactorio. No obstante, los problemas del traslado de los giros idiomáticos y los sentidos de una lengua a otra, tenemos en nuestras manos el resultado del trabajo hecho por Liscano. Y vaya que tendremos que agradecerlo para toda la vida!
El primer poema se Titula: “tengo una lengua” y se inicia de esta forma: “tengo una lengua de víbora exactamente allí donde pienso (…)” Acá el pensamiento es visto desde una tribuna de contemplación dejando ir en vuelo rasante, todas las lenguas con sus azares y desventuras, hurgando el otro lado de los objetos y las cosas que se expresan con ánimo desvariado:
“lengua de vuelo ahorquillado que alcanza los cubiertos y aglutina la vajilla, una lengua tenedor, cuchara o cuchillo de carne o de pescado”
Luego, el lugar desde donde habla esta lengua; el de la memoria, blanca memoria que discurre los velámenes iníciales y coloca el nombre de lo innombrable:
“Tengo una lengua tradicional de padre en hijos, de árbol en genealogía, de escaque en edificio, y soy el nombre nuevo de un linaje muy antiguo”
El viaje en el espiral eterno del pensamiento que es uno, aquí y ahora, como otrora en la antigüedad de la memoria viajera desde lo inicial hasta lo propio, en un solo magma verbal. Lucienne no se conforma con el simple “decir” en su poética, quiere desintegrar y reintegrar una y otra vez, la lengua. Desea removernos en nuestro fuero interior; es la palabra que hurga el alma de lo inasible, de lo inesperado, de lo cognoscible y de lo desconocido:
“Cato manjar tras manjar, sobre un mantel de desastres, sirviéndome de cada instrumento en orden exterior progresivo hacía el interior”
Si, el descenso hacía la profundidad del alma es inevitable, y así atraviesa los desiertos pantanosos del lenguaje, soñando un nombre, evocando una imagen, escrutando los silencios:
“Trago una masa conformista blanda y edulcorante, resistencia, fuera del medio, entre el medio, salida y gran final”
Todo esto lo logra la poeta, evocando y transmutando el sentido de la luz primaria de una certidumbre de la palabra que en momentos se vuelve sobre sí misma; cabalga, cesa, prosigue, da saltos mortales, para finalmente, regresar revelada y totalmente renovada.
Y ciertamente, esta palabra de Lucienne Silberg, esta voz en el desierto de las sombras, nunca es ajena al sentido de la palabra trasmutada. Todo lo contrario; Lucienne lo desencadena con otros significados, unos que están más allá de la palabra, el lugar del resplandor, el lugar de la revelación.

* Los poemas de Lucienne Silberg traducidos por Juan Liscano, al igual que el ensayo de este último, se pueden leer en su totalidad en el número 6 de la revista “El Salmón” tanto en su edición impresa como en la digital, disponible en la web.

Casa de Luciérnagas: El ánima poética en Hispanoamérica







Por: Alfonso Solano.

“Y el mar está allí, para hundirnos, revolcarnos, golpeando costa y puerto, playa (…) porque él es también la gran madre, el ánima, la voz que rige y dicta la última palabra (…) es el ritmo de la voz femenina, el alma de la poesía”
Hanni Ossott

I

No existe poesía sin reflexión. Pero también- y esto ha sido testimonio de una legión de sonámbulos vigilantes- sin la ensoñación y el desvarío. El oficio del poeta se ejerce desde una tribuna de majestuosa y digna soledad. El poeta siempre está sólo. Por eso siempre se acerca a los límites de lo que está más allá de la razón; el no-lugar de la poesía transita por los laberintos del alma, y cuando esta se eleva, experimenta una especie de desprendimiento del ser que se parece mucho a la muerte. “La conciencia de la muerte fundamenta la poesía” (1) nos dice Hanni Ossott, en un brillante ensayo acerca de este tópico tan transitado por los guardianes de la palabra transmutada. Y no sólo es la muerte como ausencia de lo físico, la muerte verdadera ocurre en la psique, ese “aprender a perder suave o bruscamente con el vivir” nos vuelve a decir Hanni Ossott. Y nadie como ella para hablarnos acerca de la experiencia del vivir en poesía, del hacer poético en el tiempo vivido. La mujer, al dedicarse al oficio de nombrar el mundo con la palabra poética, no evade jamás su propia condición como alma viviente. Transita los caminos de la otredad desconocida, baja a los abismos insondables y sórdidos de su yo advenido en puras imágenes; formas impasibles, signos ocultos, fijaciones vertiginosas. Esta poeta sabe que ha descubierto un mundo paralelo; que tiene una labor inusual de nombrarnos y retratarnos a través de un paisaje ignoto, transitado sólo por ánimas. Sabe que se debe a “la generosa labor marginal de borrar cadáveres” como una vez escribió el gran poeta nuestro Alfredo Silva Estrada. Aún así, las contingencias y admoniciones propias de la vorágine del día a día la penetran, la soslayan, la subyugan. Y todo ese  mundo habla a través de sus versos, a través de sus imágenes verbales. Esto último parece caracterizar a toda una generación de poetas mujeres que nacidas todas, alrededor de 1.945 en naciones diferentes de la América Hispana, reafirmaron con voz propia y con una vocación legítima y contundente, el relato de la vida a través de una tradición poética que aún hoy en nuestros días, brilla con luz propia. Una aventura del lenguaje individual y colectivo, que nos evoca en “un misterioso lugar iluminado por la luz de todos y probablemente para todos”. Esto es lo que, de una forma prodigiosa y admirable, ha abordado el poeta ecuatoriano Mario Campaña en su celebrada obra: Casa de Luciérnagas: antología de poetas hispanoamericanas de hoy, que  apareció bajo el sello editorial español Bruguera, en el año 2007.

II

La historia tiene sus bemoles, aciertos y desaciertos y, sobre todo, sus paradojas. Sin embargo, al hablar de la historia de la literatura en América Latina, habría que advertir con puntualidad que esta historia no es común en hombres y mujeres. En efecto, la trayectoria trazada por las mujeres en esta manifestación literaria ha descrito una parábola con sus propios meridianos. No hace falta recordar aquí la “ostentación masculina del poder sobre todo lo que se publica y crítica”, como bien nos advierte el autor. No obstante a esta realidad, debe sumarse el trabajo intelectual que ejercieron ciertas mujeres poetas en las primeras décadas del siglo XX, donde cobró notoriedad y alcanzó una popularidad inusitada. Iniciando con Gabriela Mistral (1889-1957) la más célebre de todas, continuamos un legado de voces comunes que alcanzaron a expandir los límites de la lengua en sus poéticas afines: la argentina Alfonsina Storni (1892-1938) al igual que Delmira Agustini (1886-1914) y Juana de Ibarburú (1896-1979) contribuyeron de forma decisiva a construir este “edificio inusitado y desmesurado de verbos” según nos cuenta el poeta Campaña. No obstante, del magisterio ejercido por la poesía de las poetas del cono sur en América-continúa narrando Campaña- opacaron o ensombrecieron el trabajo de sus contemporáneas, hoy casi todas ellas ocultas en el olvido involuntario de “la historia ortodoxa”. Nombres como Winett de Rokha(1892-1951),  en Chile; Enriqueta Arvelo Larriva(1886-1962), en Venezuela; Claudia Lars(1899-1974), en el Salvador; Magda Portal(1900-1989), en Perú; Aurora Estrada y Ayala(1901-1967), en Ecuador; Dulce María Loynaz(1903-1997), en Cuba; Clementina Suárez(1906-1992)en Honduras; y las mismas Silvina Ocampo(1903-1994) y Norah Lange(1906-1972) en Argentina-según nos enumera el poeta- contribuyeron a “elaborar obras con valor propulsor y transformador en las literaturas nacionales de sus países de origen”.


III

La poesía fundacional hecha por mujeres en Hispanoamérica se ha sustentado de manera prodigiosa sobre un estamento que ostenta, en partes iguales, una indagación alucinada del lenguaje y una profunda como inconsciente búsqueda espiritual en un espacio que recurre a terrenos movedizos donde “reina la incertidumbre”. De igual manera esta poética funda sus bases sobre la indagación de las imágenes de la niñez, del hogar familiar, de los miedos primarios, para conducirse sin transición aparente, hacía los oscuros caminos de la otredad desconocida donde las imágenes de la muerte, la fragmentación del espíritu, la visión de Dios y las “formulaciones metafísicas” del amor, encuentran asidero en una longitud informal del lenguaje poético, revelado con alucinación y lucidez a la vez, de los laberintos insondables de la razón y el alma.
En su compilación y selección, donde han privado los criterios expresivos y de resonancia en el lugar de la poesía como existencia y no como mera contemplación de una realidad, el poeta  Mario Campaña logra con su trabajo mostrarnos un completo panorama sobre el horizonte plural en donde se mueve la poesía de las mujeres del continente latinoamericano de hoy; una poesía “madura” que no toma en cuenta simples cuestiones como su orientación, origen geográfico o definición estética, sino aquella en donde-según sus propias palabras- el arte ha prevalecido “hasta el punto de alcanzar la mayor exploración y potenciación de una materia dada, cualquiera que ésta sea(…)que en su conjunto da cuerpo a una voz suficientemente singular y autónoma para hacerse escuchar por sí misma”(pág.18).
Nosotros, felizmente asistimos a esta majestad del verbo protagonizada por las voces ocultas del ánima femenina para celebrar junto al poeta, el nacimiento de un texto que nos conduce, sin nortes y mapas aparentes, por la “casa de luciérnagas” en donde alma y palabra conviven en un solo magma de transmutación de todos los elementos.

Notas:
1.      Hanni Ossott, Cómo leer la poesía-ensayos sobre literatura y arte-. Primera edición, Bid&Co editores C.A.
2.      Alfredo Silva Estrada, la palabra transmutada, la poesía como existencia. Editorial CEC, S.A. Otero ediciones, 2007.