El
gran concierto
Por: Alfonso Solano
Era otoño. Los aires del norte
silbaban hasta el sur del estío, en donde su melodía indemne y tímida
atravesaba el valle frío y sonriente que recibía con agrado las primeras hojas
secas de la temporada. La corte de Köthen, estaba situada en una amplia calzada,
vitoreada por una fila de abedules que hacían las veces de damas cortesanas
vigilantes. Aunque de confesión y estructura calvinista (austeros en prodigios
musicales y estrictos en lo eclesiástico) el joven príncipe se aventuraba con
decidida emoción a demostrar su enorme interés en obras no sacras de los
grandes maestros del barroco, aunque su presupuesto fuera más bien modesto. El
maestro de la corte, lo fustigaba con complejas armonías, ejercitando a su
discípulo con complejos desarrollos lejos, de la secular cantata y los
repertorios religiosos. Nada musical le era ajeno al Kapellmeister, y el joven príncipe debía sortear, no sin esmerado
esfuerzo, grandes desafíos en su desempeño como violinista. Su poco apego a los
rigores cortesanos le permitía permearse entre la multitud de músicos que
solían agruparse los domingos por las tardes, al caer el
ocaso, para ejecutar obras diversas y algunas de ellas, incluso, inéditas para
el oído atento del príncipe. El maestro de la corte le saludaba, con un gesto
elegante de su cabeza, cuando tocaba el clavecín acompañando a los solistas de
la noche. Esto, sin duda, lo acercó de manera prodigiosa al gran compositor que
trabó con el una amistad cercana y segura, lejos de los convencionalismos de la
real corte.
Al fin llegó el gran día en que
el príncipe debía probar su talento ante la noble audiencia que esperaba
impaciente en el gran salón imperial. Leopold, bajaba con lentitud meridiana,
los largos escalones en forma de caracol que terminaban en la gran sala. El Kapellmeister ya había hecho la
presentación previa del joven intérprete. De pronto, con un temblor que le
subió por la pierna derecha y le llegó a la clavícula, el joven príncipe perdió
el equilibrio y se precipitó, franco y redondo, sobre los peldaños de mármol
rodando estrepitoso por los largos escalones. Justo en ese instante, Julio
despertó de su sueño, sudoroso y excitado. Hubiese querido, realmente, que el
gran maestre de Eisenach, le hubiere escuchado tocando su violín en el debut de
su gran concierto.
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