Por: Alfonso Solano.
Todas las
obras de arte auténticas poseen un fulgor, un brillo inusitado que la
distinguen de aquellas que habitualmente son grises, es decir, aquellas que
pasan desapercibidas. Una obra de arte verdadera trasciende el sentido original
del cual, ella misma, formó alguna vez parte. Es única en su belleza y
adulancia. Se transmuta. Traspasa el umbral de la nominación indemne. Es la
obra en su prístina esencia inmaculada. Es inmortal. Esto vendría a ser una
especie de paradoja, pues los atributos de ella siempre pertenecen- en buena
justicia- al mundo de quien las creo, vale decir, al artista. Sin embargo en
ella (la obra) nace una flor que oculta en su interior un aroma inescrutable. Y
muchas veces este aroma imperceptible, es una metáfora que transciende todos
los juicios y todos los sentidos. En la creación literaria, y muy
específicamente, en el Ars Poética, el sentido viene acompañado de un
ruido gramatical del cual el poeta trata, con todas sus armas, de librarse para
dejar la palabra desnuda en su esencia y ritmo interior. “La poesía moderna se
inaugura desde una boda: alma y poesía. El poeta deja de ser un poeta de cantos
épicos y descriptivos para adentrarse en el cristal del alma. ‘Yo soy el otro’
dijo Rimbaud. Lo otro comienza a hablar”. Estas lúcidas y reveladoras palabras
provienen del numen creativo y crítico de nuestra poeta y ensayista Hanni
Ossott, una mujer que se entregó en vida y alma a su función creadora y que forjó una de las poéticas mas
encandiladas y crudas de nuestra poesía contemporánea. De igual manera, pero
con un procedimiento inusitado y, a todas luces novedoso para su época, José
Antonio Ramos Sucre (1890-1930) funda en nuestro país, lo que se considera como
una de las tentativas poéticas más luminosas y reveladoras a las que se haya
dedicado creador alguno entre los nuestros, como bien acota Eugenio Montejo en
su brillante ensayo sobre el poeta cumanés, que fue incluido en su libro de
ensayos titulado La Ventana Oblicua aparecido por primera vez en el año
1974 y publicado por la dirección de cultura de la universidad de Carabobo. En
este mismo estudio-que mantiene una frescura y vigencia única- el autor de Trópico
absoluto nos ofrece las claves por donde discurren los artilugios
reveladores para descifrar el Organom psíquico y estético de este
capital poeta venezolano y universal que escapó sustancialmente a sus
contemporáneos, en un ámbito inusitado de creación poética extremando y
conduciendo su verbo a las más altas cimas
que puede alcanzar todo espíritu
encendido y transmutado.
Un viaje
singular
El mundo
de imágenes y la geografía poética abordada por este atormentado bardo creador,
es uno de los símbolos más estudiados de su encandilado verbo, tanto dentro
como fuera de nuestro país. En efecto, en una atmósfera candorosa y sugerente,
los procedimientos utilizados por Ramos Sucre en su “poeisis” se entrelazan con
su ingente erudición y su conocimiento de la historia clásica y de las
tradiciones europeas. Sin embargo, la obra de Ramos Sucre nos es “ni una
evasión candorosa regocijada en sí misma, ni una elaboración preciosista” como
nos advierte oportunamente Guillermo Sucre en su imprescindible “La máscara, la
Transparencia” (Monte Ávila editores, Caracas, 1975). En este sentido sus
poemas no tienen un referente histórico específico, aunque estén inspirados en
temas del pasado. Sus procedimientos y su mapa de visión-nos indica Guillermo
Sucre- eran distintos: “De la historia o de la literatura misma tomaba unos
pocos elementos, un pormenor o un detalle no congelado por las erudición o
susceptible de ser visto como una experiencia todavía viva, y con ellos creaba
una situación nueva” (ob.cit.pág, 82). De modo que es erróneo atribuirle a
Ramos Sucre “el pasado como ilustración del presente” ya que el mismo “sería
una fórmula inadecuada” (pág.83). El mismo poeta cumanés confesó una vez “lo
único decente que se puede hacer con la historia es falsificarla” (citado por
G. Sucre). El recreó, a su manera, la visión de un mundo con sus recuerdos y
sueños de vidas paralelas y acontecimientos vividos en la experiencia lúcida y
elusiva, tanto de la lectura como de la vigilia, en sus circulares y
atormentados insomnios que lo aquejaban con frecuencia. Ramos Sucre, tuvo
además, el don de recrear un espacio lírico con un lenguaje suntuoso, a partir
de la memoria de un dato histórico o literario que, de forma súbita, llegaba a
su memoria. Esto explica, como lo han repetido muchas veces sus estudiosos y
biógrafos, que Ramos Sucre creaba todos sus verbos en forma presente. Pero en
un “presente mítico producto de la divagación y el ensueño” como indica el
poeta Eugenio Montejo en su ensayo antes citado. Este procedimiento se
encuentra en muchos inicios de sus poemas:
“Yo
escucho las violas y las flautas de los juglares en la sala antigua”. (“la
cuita” de La Torre de timón; Antología poética, Monte Ávila editores, 1998,
pág. 46)
“Yo
concebí y ejecuté el proyecto de avecindarme en otra ciudad más internada y a
salvo. Tomé el niño en brazos y atravesé la sabana inficionada por los efluvios
de la marisma” (“El Emigrado” ob.cit. pág. 122)
“Yo
cavilaba a orillas del lago estéril, delante del palacio de mármol” (“El
Mensajero”, pág. 90)
Este
incesante proceso fabulador contiene y le otorga -al decir de Montejo- “a un
creador en posesión de una cultura como la suya, la más excitante libertad”.
Herbolario
Primario
Lejos de
acentuar su suntuosidad en el lenguaje y otorgar énfasis casi hiperbóreo en sus
imágenes y cavilaciones, Ramos Sucre nos
ofrece algo que va más allá de su apuntaciones; Son las “claves de sus signos”
las que han pasado a la posteridad y las que, de una manera tardía, han sido
estudiadas por todos aquellos que se han aventurado a navegar en estas aguas
turbulentas y profundas. De manera que, este lenguaje consumado, este énfasis
notorio en sus adjetivaciones exóticas e inusitadas, es lo que produjo
incertidumbre en su tiempo y debió “hacerse inaudito al momento de su
aparición” como nos acota Montejo. El,
ciertamente, avanzó a pasos agigantados en la búsqueda de un ritmo, de un
aliento propio. De esa “horma a trazos elípticos” con que nos dibujó su
pensamiento, parafraseando al poeta Montejo. En una visión cosmogónica y
suntuosa del verbo creador, Ramos sucre se consagró a la palabra en su
“contenido nuclear” es decir, en su órbita y ritmo interior. En su poema
“Vestigio”, el último de su libro “La torre de Timón” leemos: “Vestías de azul
y blanco, los colores de la ola momentánea; y tus ojos, de mirada atónita y
lejana, compendiaban un nostalgioso panorama oceánico. Yo celebraba tu belleza
alba y taciturna de pájaro boreal”.
Dentro de este tratamiento a la palabra liberándola de si quicio
pragmático, Ramos Sucre suprimió-como bien lo han acotado Sucre y Montejo- el
qué relativo con lo que dotó a sus frases de un tono elíptico, profuso y de
ritmo reverberante. Otra de las características singulares de su prosa poética
(¿hay que recordarlo?) fue la acentuación del “yo” con valor tónico-como lo
indica el poeta Montejo- un recurso que realza el brillo de comunicación
expansiva de su obra.
En poesía
y, sobre todo en poesía simbólica, “nada vale ser dicho sino lo indecible, es
por eso que uno cuenta tanto con lo que sucede entre líneas” como nos advierte
Silva Estrada en un ensayo suyo sobre la obra del “artesano del silencio”
Pierre Reverdy. Más adelante el autor de
“la unidad en fuga” nos comenta que “el espacio del poema no es el espacio
cuantitativo que ocupan los versos sobre la página y entres sus blancos (...)
es un espacio-otro: ese que se prolonga en la imaginación y la memoria del
lector” Esto debió ser una obsesión para Ramos Sucre, pues sus poemas nos
llevan a esa “zona herbolaria” en la cual, ciertamente, nos sentimos
permanentemente exhaustos y perdidos, aunque iluminados e iniciados en un rito
que se consagra en el tiempo y en la memoria de su ficciones y abismos.